martes, 10 de octubre de 2017

En voz baja


En esa puerta color gris parece que se instaló la tristeza. No quiero tocar el timbre por miedo, quizás, a hacer mucho ruido y despertarla. Entro, discretamente, y el silencio -silencio atroz- me retumba en los oídos. Hasta las plantas parecen susurrar para no interrumpir la calma. 

-Vení, pasá... creo que está durmiendo ahora.

En el ambiente sólo se escucha el sonido de los pasos sobre el piso de madera que cruje. Y yo, que respiro, nerviosa, mientras atravieso las habitaciones que supieron ser alguna vez lugar de encuentro, música y ruido. Pero ya no. Porque por aquella puerta gris se instaló la tristeza y es necesario hablar en susurros para que no se desvele.

Camino, como quien lleva una venda en los ojos y sabe con precisión cuál es el recorrido. Caigo en la cuenta de que estoy mirando, que estoy despierta, que esto no es un sueño y que en esa cama se encuentra un cuerpo que reposa y que ojalá sí esté soñando con alguna historia bella que le haga sonreír. 

La saludo, deseando que me escuche, y la miro mientras la recuerdo con sus grandes ojos negros encendidos. Claudia ya no es la misma. Su cuerpecito apenas llega a cubrir una parte del colchón, y sus grandes ojos negros están cerrados, descansando. Me acuerdo de su voz, tan tranquila y suave; de su mirada profunda, de sus palabras pausadas que empezaron a quebrarse después de la enfermedad. Emma, su nieta, se trepa sobre la cama y alcanza a acariciarla despacito, con esa dulzura que los niños entienden muy bien. Le da un beso en la frente y la mira, como esperando que le hable de repente y le diga que se prepare, que ella la va a llevar al jardín. 

Su inmensa biblioteca guarda los libros que me prestó, los autores que le gustaban y las historias que leía con avidez. Me hizo descubrir a Clarice Lispector y la belleza que guardaban sus crónicas, Boris Vian y el arrancorazones, Murakami y Tokio Blues. Cocinaba sano y rico, bailaba con ganas, sonreía con más. Llevaba los lentes colgando sobre su cuello con una cadena, usaba camisas escocesas y vivía pensando en viajar. Y pensaba tanto en eso que siempre tenía un nuevo destino en mente para contagiarle a los demás sus ganas de salir a recorrer el mundo. 

Nos sentamos y nos quedamos al costado de la cama, invocando su presencia. Ella está pero no: duerme un sueño profundo del que sólo a veces se despierta. ¿En qué estarás pensando, Clau? ¿Qué es eso que sentís y no podés expresar sino con tu mirada y tu respiración? Los días te sacaron la sonrisa y las palabras pero siempre serás luz. Te deseo besos de nieta y viajes infinitos, libros con historias que te iluminen y el amor eterno de la familia que te acompaña. 

La vida, a veces es de color gris, como la puerta, y habla en voz baja, como la tristeza.