jueves, 9 de junio de 2016

Sobre dejar ir



Te lloré durante dos meses. Meses que se hicieron eternos mientras yo me debatía entre olvidarte y hacer mi vida o esperar un sesgo de arrepentimiento de tu parte. Finalmente, nos vencieron los errores, nuestros errores. Aunque debo admitir que lo que más me dolió no fueron esos días infinitos en que te veía hasta en mis sueños, ni las fotos que tuve que tirar, o los regalos que aún miro y me hacen poner nostálgica. No me dolió tanto dejar de darte besos o mirarte dormir. 

Lo que sí me dolió, lo que sí me rompió el corazón fue darme cuenta de las cosas que sé de vos y quizás muchos no saben, aunque tal vez, para esos otros no sean cosas grandiosas. Sé que te gusta el té de jengibre, el café con leche de vez en cuando pero sin azúcar y las verduras con carne al horno. Sé que te encanta jugar al fútbol y que si te dan pie te agrandás bastante pero mejor no lo digo mucho así no exagerás. Sé que tocás la guitarra -mi guitarra- con una pasión que me hacía estremecer y me daban ganas de escucharla escondida detrás de la puerta. Sé que a veces te duele el estómago por todas esas palabras que te guardás y nunca soltás. Sé que sufrís en silencio, porque mejor cerrarse a demostrar verdades. Sé que te gustan los animales, la montaña, el color verde, la barba larga y la madera recién lijada. Preferís un buen helado (de chocolate, por favor), una peli de cine independiente (nada de pavadas de hollywood) y un vino de los caros (yo quería de los berretas porque gastar más de 100 pesos en un vino me parecía una locura). 

Mientras yo te pedía ramos de flores vos insistías en querer regalarme macetas con plantas porque "las flores estaban muertas".

Mientras yo te perseguía por toda la casa con mi manía del orden, vos dejabas las zapatillas en cualquier lado, las remeras hechas un bollo y las medias.. ¡uff, las medias! una de cada color. 

Mientras vos querías recorrer lugares en bicicleta, yo te decía que quería saltar en paracaídas.

Mientras vos trabajabas en tu taller, yo te miraba por la ventana con una sonrisa tímida que se me dibujaba cuando admiraba tu paciencia.

Esos detalles, esas simplezas de todos los días son las que voy a extrañar. Porque saber todo esto exige tiempo. Tiempo sagrado que no muchas personas se atreven a esperar. A sentir. A compartir. Y sí, quizás me equivoqué. Pero ahora ya no puedo juzgarme. Ni juzgarte. Ni juzgarnos. Me queda el ¿alivio? que dejan los recuerdos. Porque ahí están. Presentes para cuando quiera acordarme que los viví. 





1 comentario:

Jorge Curinao dijo...

Cada noche, las mismas tristezas, pueden ser de otros.