domingo, 31 de mayo de 2015

Como mujer

"Hay criminales que proclaman tan campantes 'la maté porque era mía', así no más, como si fuera cosa de sentido común y justo de toda justicia y derecho de propiedad privada, que hace al hombre dueño de la mujer. Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los supermachos tiene la valentía de confesar ´la maté por miedo', porque al fin y al cabo el miedo  de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo." Eduardo Galeano 



Me replanteé bastante escribir esta entrada porque no quería repetir las palabras que estuve leyendo estas últimas semanas en diferentes medios. Tanto quise esquivar el tema que, finalmente, la raíz para comenzar apareció sola en una charla con una amiga. Sólo basta aclarar que inevitablemente voy a insistir en algunas palabras que sonarán repetitivas pero que se hacen necesarias a la hora de volcar mi opinión sobre un tema en particular que está rondando en todos lados: la violencia hacia la mujer. 


La cuestión resulta abrumadora. Nos están matando de a poco y así se va naturalizando la idea de que una mujer menos, víctima de la violencia de género, es algo que apareció para quedarse. Y ojo, empecemos a acostumbrarnos porque la culpa es nuestra, dicen por ahí los más machos en el asunto. "Si ella se lo buscó... mirá lo putita que se viste, mirá cómo provoca". Ahora tengo un par de preguntas, sólo un par como para comenzar... ¿Acaso vos, como hombre, alguna vez tuviste que cruzar de vereda porque un grupo de mujeres te acechaba desde alguna esquina para gritarte barbaridades? ¿Le miraste alguna vez la cara al taxista por pánico a lo que podría o no hacerte? ¿Dejaste de ponerte la ropa que te gusta por miedo a que alguna mujer quiera tocarte? ¿Sos habitualmente subestimado por tu rol como hombre? 

Yo, como mujer, voy a seguir defendiendo lo que me representa. No quiero más víctimas violadas, quemadas, enterradas, como si sus vidas, sus sueños, sus historias, sus hazañas, no valieran nada. Como si usarlas y desecharlas fuera algo común. Algo de lo que tenemos que estar preparadas porque podría tocarle a cualquiera. Ciertos cobardes, esos que ven todo fácil porque se jactan de ser hombres, esquivan la cuestión con un "ahí llegaron las feminazis". Ellos, los viriles, los fuertes, los masculinos, los machitos no sufren esto que nos pasa. Ni siquiera tienen la osadía de ponerse en nuestro lugar. Y así estamos, con una sociedad que se divide por géneros, en vez de contenerse mutuamente. 

Hace unos días, mientras charlaba de esto con una amiga, me di cuenta de que muchos nos quieren hacer creer que la culpa es nuestra. Y yo, como mujer, por apenas unos segundos, también caí en la trampa. Sentí que querer ponerme algo que a mi me gustaba era ser una provocadora. No. El hombre sale como se le canta, ni siquiera oscila entre una cosa y otra porque "podría ser abusado" por alguna mujer. El hombre sale sin remera y nadie le dice nada. El hombre es un ganador. La mujer es una puta.

¿Por qué tengo que soportar esa diferencia? ¿Por qué tengo que sentirme con menor criterio para opinar? Las desigualdades están claras. Basta de buscar excusas para algo que existe, que está poniendo en peligro a todas las mujeres. Basta de hacernos creer que somos las culpables cuando en realidad somos las víctimas. Basta de ese machismo abusador, excluyente, violento. Basta de misóginos. Basta de "peros, de por qués". Esto está pasando hoy. Y yo, como mujer, como hija, como hermana, como novia... exijo mi respeto. 





-dibujo por Severi
http://mseveri.blogspot.com.ar)

  

domingo, 10 de mayo de 2015

Con los ojos

"Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran..." Rayuela, Capítulo 7







La aventura de caminar por la calle tiene sus riesgos. Patricia lo sabe y lo pone en práctica cada vez que puede. Aún no entiende por qué se le dice 'caminar por la calle' y no por la vereda, pero en fin, se limita a pensar que es una forma general de llamar al hecho de pisar todo lo que esté fuera de las fronteras de su hogar:  la calle, la vereda, el cordón, los adoquines, la senda. Y a ella le gusta tanto, tanto vagar por la calle que su pasatiempo preferido se convirtió en ese: salir a recorrer veredas con la excusa de tomar un poco de aire. 

Patricia no se toma esta actividad a las apuradas. Dedica su tiempo a elegir el vestuario que se pondrá este día según el servicio meteorológico, combina sus faldas con sus camisas, sale abrigada si es necesario y lleva su bolso lleno de chucherías sea donde sea. Se peina y se maquilla como si saliera a algún evento de importancia. Y mientras todos la miramos asombrados, ella continúa con su obstinada tarea de ponerse bella para salir a veredear.

Cuando finalmente determina que se encuentra lista, abre la puerta de su casa y se aleja. Aquí es donde empieza lo que tanto me gusta de ella: Patricia mira. Mira las calles colmadas de vehículos, los negocios abiertos con sus carteles de oferta pegados en el vidrio, las veredas rotas que intenta esquivar como puede, mira los semáforos por supuesto, los árboles que extienden sus ramas hasta más allá de los cables que cruzan los postes de luz que también mira, los montículos de basura que permanecen en la esquina como esperando desaparecer por arte de magia, las palomas que se hacinan en las ventanas.

Patricia mira pero no como esas señoras chusmas del barrio que necesitan saber las buenas (y no tan buenas) nuevas de esta semana, sino como mujer que sabe apreciar los detalles, aunque no le gusten, aunque deba lidiar día tras día con ellos. Saber mirar significa saber apreciar. Sin embargo, una vez me contó que en realidad lo que más disfruta es mirar a las personas. Mirarlas desde todos sus costados, mirar su tranco, su forma de vestir, de caminar, sus manos en los bolsillos, sus rostros preocupados, alegres, tristes, cansados. Mirar sus ojos aunque la mirada no sea devuelta porque, me confesó, la mayoría mira hacia el piso o hacia otro lado: nunca a los ojos. 

Por estar mirando es que Patricia siempre dice "Iba caminando por la calle y... ¿a que no saben con quién me crucé?" Es ella la que te grita desde una esquina agitando el brazo, la que te toca el hombro y te retiene en una charla de reencuentro que te obliga a resumir tus últimos 5 años como si fuera tarea fácil, la que sin darse cuenta te saca una sonrisa porque... seamos sinceros: ¿a quién no le gusta mirarse a los ojos después de tanto tiempo?

El brillo de una mirada alegre o la tristeza de unos ojos caídos y húmedos hablan mucho de nosotros. Así me di cuenta de lo que quiero: aprender a mirar con los ojos de Patricia.





-dibujo por Troche
(portroche.blogspot.com)