martes, 21 de abril de 2015

Crónica de un Romeo



-¿Dónde andás? Estoy en la puerta de tu casa...
-Eh? No, no estoy en el departamento. Además vuelvo más tarde así que no me esperes.
-Mmmm... Bueno, igual te espero en el balcón, no te preocupes... pero apuráte!

¿De verdad le estaba diciendo ese pobre iluso que la esperaría en el balcón sin tener la llave del lugar? ¿O era un decir, un "te espero igual acá aunque tardes"? ¿Se habría hecho un juego de llaves a escondidas? No. Eso era imposible. Si apenas lo conocía. Ni siquiera tenían demasiada confianza y, además, ella estaba lo suficientemente convencida de que nunca le había dado las llaves de su departamento. ¿Estaba bromeando? Sí, seguro. De cualquier manera debía asegurarse de que el flaco no la esperara, no vaya a ser que al final de todo sea medio desequilibrado o le falten unos cuantos caramelos.  

Marcó de nuevo su número. 

-Che, escucháme, no me esperes. Tengo como para dos horas más acá...
-Si ya te dije que te espero en el balcón...- le respondió balbuceando.
-Pero, ¿me estás jodiendo? ¿Cómo vas a subir?

El pibe le cortó. "Éste está re loco", pensó mientras volvía con su grupo de amigos. Probablemente haya estado borracho; el tono de su voz lo delataba. Y bueno, pobre, ya se va a cansar de esperar. 

Finalmente, luego de dos horas de idas y vueltas hasta llegar a su casa, bajó del auto de una amiga mientras comprobaba que, como era de esperarse, no estarían ni las moscas en la puerta del departamento. Nadie. La desolación misma en una calle comúnmente poblada de la ciudad. Saludó y subió por el ascensor. Segundo piso, departamento D. Abrió la puerta despacio, como presagiando algo inusual. 

El susto que se llevó no tiene nombre. Ahí estaba tirado con el cuerpo mitad adentro, mitad afuera de su departamento el demente que le había prometido esperarla en el balcón. En cuero, con un girasol en la mano y semi-dormido o semi-inconsciente... o mejor dicho, totalmente borracho.

-Ey, eeey, ¡¡EY!! ¡¡Flaco!! ¿Qué estás haciendo acá? Por dios... ¿Cómo subiste?- le gritó.
-Eh?, eh? Ahhh, ¡hola! Te dije que iba a subir... Tomá, esto es para vos.- le respondió mientras le agitaba la mano derecha con el girasol desplomado. 
-Te juro, te juro que no puedo creer. Pensé que me estabas jodiendo... -alcanzó a decirle mientras lo miraba trastabillar.

Este Romeo de la posmodernidad se había colgado de la pared, había atravesado el balcón de un vecino del 1er piso y así logró llegar al 2do cual Spider Man. Por largos meses la protagonista de esta historia se bañó con miedo, vigilando detrás de las cortinas, para no encontrarse con algún otro loco escalador que pudiera estar acechando. 

¿Cómo no le pasó nada en ese estado? ¿Cómo nadie lo vió subir? ¿Cómo hizo para atravesar un balcón enrejado que sólo tenía un pequeño espacio descubierto? 

Al final, muy romántico sentirse una Julieta de una novela del siglo XVI, pero el Romeo que subió por el balcón y arriesgó su integridad física terminó siendo más valiente para escalar que para buscar un beso. El amor en los tiempos de ahora...