lunes, 12 de enero de 2015

Pero vos, por favor, no te vayas

"...más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano, y eso era amor..." 
M. Benedetti



En este momento estoy sentada en un nuevo lugar. Cambiamos, nos mudamos, mutamos y volvemos a empezar en una jungla de edificios que me acorrala desde la ventana. Siendo un poco jactanciosa, no fue nada fácil. Nunca es fácil. Atrás quedan un montón de sitios conocidos, de rutinas, de personas que se aproximan a nuestro mundo para hacerlo más bello.

Así le pasó a mi hermana que conoció a Ezequiel hace dos años y se enamoró. Ambos eran estudiantes del mismo colegio, del mismo año, del mismo curso. Como soy una romántica empedernida me gusta pensar que sus almas estaban destinadas a encontrarse, o algo así. Siendo la hermana mayor, la cuestión fue que antes de conocerlo ya estaba celosa. Mis celos no eran consecuencia de la relación entre ellos, sino el resultado de darme cuenta que entre tanto ir y venir, entre tanto paso del tiempo, entre muchos días sin ser mirados como lo ameritan, me dí cuenta que mi hermana creció. Y en ese avance de vida, me costó distinguir a la niña que era cuando iba al jardín con su pelo carré, de esa que es hoy, con su carácter y su temperamento. Con sus aires de diva y sus momentos de ternura. 

Un día antes de la mudanza, Ezequiel decidió esperar cada hora previa a la partida junto con mi hermana. Nunca voy a olvidar los ojos de él, llenos de tristeza y desazón, quizás deseando que el tiempo se detuviera. Que los adioses no existieran. Que nunca fuera mañana.

Cuando los miré antes de irnos, comprendí que no importa la edad, el sentimiento del amor es incomparable. El hecho de querer que la otra persona esté compartiendo momentos con nosotros,  ahora, en este presente eterno, es algo digno de celebración. Ellos se quieren con ese cándido amor juvenil que despierta mil sensaciones a la vez. Se quieren con esa armonía que refleja la sinceridad, la dulzura, la simpleza de acompañarse. 

Esto de partir es arduo e intrincado porque cuando se ponen en juego los sentimientos, el apego hacia alguien que queremos mucho (porque está claro que no somos entes frívolos ni máquinas superficiales que dejamos de lado el afecto) nos anuda el corazón. Lo que queda es la perseverancia del amor que está lejos, pero está. No importan las dudas y las incertidumbres porque lo más valioso es seguir deseando que el otro nos espere. O nos reencuentre. 

En tiempos donde muchos dejan el amor para después, en tiempos en donde quererse con sinceridad es sólo para unos pocos privilegiados, celebro el amor. Lo celebro así, llorando abrazada con mi hermana, porque yo también amo y me pongo en su lugar. Yo también quiero que se corran más riesgos cuando se trata de querer. Por eso, aún en la distancia, que el amor, por favor, no se vaya.


Como dijo Mario Benedetti:

"... estábamos estamos estaremos juntos
a pedazos a ratos a párpados a sueños..."












-dibujo por Troche
(portroche.blogspot.com)