domingo, 22 de junio de 2014

Modelo tetas 2.0



-Vos no te pongas celosa porque no tenés tetas, eh...

Así, de manera tan contundente, resumo el pensamiento de un "pibe de boliche" como los de hoy. Así me lo contó una amiga. Así que... sólo imaginen cómo se puso la feminista que guardo dentro de mí. 

Hace rato que no salgo a bailar. Hace rato que dejé el bolichongo de lado. Si voy, he decidido que sea sólo por obligación cumpleañera o, en todo caso, por estar muriendo de ganas de bailar unas cumbitas. Quizás poco a poco me estoy convirtiendo en una señora mayor y estas ganas de dejar la bailanta de lado forman parte de los primeros síntomas. Puede ser. Todo puede ser. 

La realidad es que me conformo con ir a un bar, escuchar música, tomar algo y poder sentarme sin que me pisen, me empujen o me empapen con un vaso repleto de fernet. Mientras tanto, en un mundo paralelo, la gente sigue saliendo a estos antros, sigue haciendo la cola con documentos prestados (la mayoría son pobres criaturas de 15 años) o, peor aún, siguen ingresando con cuarenta años creyéndose de dieciocho. 

No puedo disimular mi postura porque inevitablemente me salta la chispa de adentro. Cuando era más chica no me daba cuenta; quizás por el fervor y el entusiasmo de la juventud que recubre el momento dando una ilusión de que todo está perfecto. Después de unos años, veo la cosa de otra manera. ¿Por qué tengo que soportar que me miren como si estuviera en la vidriera de un lugar y yo fuera el maniquí? ¿Por qué tenemos que seguir ese modelo de mujer "perfecta"; piernas largas, cintura pequeña y busto exorbitante? Ahí van las mujeres a teñirse los pelos hasta decolorarlo en un rubio platinado que no da más, a empilcharse con la última moda, a operarse hasta que ningún gesto de la cara se note. Es todo tan frívolo que lloran y ríen de la misma forma. Me da tanta indignación ese modelo de mujer que se implanta en los medios, que sólo pensar en una comunidad de mujeres sin cerebro me aterra. Pero además, tener una manada de perros hambrientos que se excitan como idiotas por un par de tetas es algo que me molesta mucho. Si no sos una dichosa poseedora de ellas, te encontrás con alguien en un boliche que te lo hace saber. "No te pongas celosa, yo te estoy mirando igual, mamita."

Revistas, publicidades, televisión con comerciales patéticos que no hacen otra cosa que dejarnos en un nivel de estupidez total. En el boliche todo esto se hace tangible en masa. Cualquier nabo se te acerca haciéndose el galán con su celular último modelo, mientras te inspecciona de arriba a abajo y te invita un trago. ¿Acaso tengo que acceder a conocerte por obligación? 

Me topé varias veces con gente que no puede mirar más allá de su propio ombligo. No le recomiendo a nadie intentar mantener una charla con alguien así; imposible remarla. Cuando ya no se puede disimular la mala onda, los esfuerzos por hacer más ameno el encuentro tampoco son suficientes. Entonces intentás ponerte en sus zapatos, indagar por qué piensa con un grado de pelotudez extrema. Y no. No podés entender por qué. Te resignás y sólo te compadecés pensando: "Pobre... ya se va a dar cuenta".

Pobre de los dos. De los ellos y las ellas que no saben que todo se cae, todo se va, todo vuelve a su punto cero. Que nada es para siempre salvo aquello que hacés con las ideas que se guardan ahí, atrás de eso que está tapado por la tintura.


Por el pelo de hoy, ¿cuánto gastaste?

jueves, 5 de junio de 2014

Madame G



Glenda llega y no saluda a nadie. Su voz imperceptible y desafiante la delata: ningún ser le va a caer bien haga lo que haga. Acá se viene a trabajar, señores. Se sienta delante del escritorio y con una mirada que va de izquierda a derecha, inspecciona cada banco, cada brazo que se posa sobre los apuntes, cada silencio que, por cierto, le resulta placentero en esa habitual cueva de bochinches.

Es fanática de los conceptos de memoria, las frases duplicadas, los parciales que tienen una similitud idéntica a los textos que hay que leer y releer. No se renovó; desde que empezó a dar clases sigue manteniendo esa postura. Tampoco renovó su buen humor: sigue siendo igual de gris que hace quince años atrás.

Glenda no habla, susurra. Y en ese cúmulo de palabras débiles te enteraste de un parcial, de un trabajo grupal para la próxima semana, te aburriste, bostezaste, la miraste, te miraba y deseaste que no corrigiera ella tu examen. 

No se saca la bufanda; el saco a veces lo deja en el respaldo de la silla, pero sólo cuando el sol de la ventana le contagia su calor matinal. Glenda tiene lentes que la caracterizan, se viste de oscuro y lleva el pelo suelto; es formal, severa y discreta. Fue mamá hace muy poco. Después de saberlo, no hay forma de imaginársela con un bebé en brazos. ¿Será que acaso impone un disfraz que oculta detrás de sus gafas desafiantes?

Para hacerle a honor a la investigación de la que tanto habla, formulo hipótesis, enunciados supuestos, porque en realidad (y por suerte) no tengo el (dis)gusto de conocerla.