viernes, 16 de mayo de 2014

El artefacto jamás creado


Era el último invento creado en perfecto secreto. Nadie debía enterarse de las posibilidades que permitía el artefacto; de no ser así, habría que esconderlo para evitar la búsqueda desesperada por parte de multitudes que no descansarían hasta encontrar aquello que correspondía con la maravilla y la novedad. 

Como alguien que se siente observado, me encerré en el cuarto del fondo y encendí el aparato con los dedos temblorosos y un pecho totalmente movilizado. Subí el volumen. Busqué la estación que coincidía con la fecha remarcada en mi memoria cual huella inalterable a pesar del paso del tiempo. FM 14.12. Esa era la señal. Esperé ansiosa en silencio, mientras mi corazón se estremecía con latidos taquicárdicos. 

Oí una voz que se entrecortaba. Moví el artefacto hasta dar con una mejor señal que me permitiera lo esperado. Después de varios intentos impacientes, logré hacerlo andar. Ahí estaba la voz que quería escuchar luego de tanto tiempo. Ahí estaba concretizada la magia de la tecnología en algo bueno, certero, en algo que sirviera para consolarme e intentar vivir un poquito menos triste. Las palabras de mi abuelo fluían en ese armatoste de metal y plástico, y yo no paraba de sonreír. Me estaba hablando él. ¿Se podrá decir "en vivo y en directo" en estos casos? Pero sí, ¿por qué no? Estaba vivo, ahí. O estuviera donde estuviera. El invento jamás creado me daba la posibilidad de escuchar lo que quería decirme él en ese preciso instante. ¡Era un milagro!

De tanta felicidad acumulada, no pude reaccionar por unos cuantos minutos. "Nena, nena, nena... ¿estás ahí?" Como si quedara alguna duda, me dijo el nena que usaba siempre para no confundirse de nombre de nieta. Podía ser Florencia, Camila, Agustina, ¿qué más daba? Era una de sus nenas. 

Me había olvidado completamente que la gran virtud del aparato era lograr una conversación mutua. Yo no sólo podía escucharlo, sino también responderle. Y ahí, en ese torbellino de muchas palabras que intentan salir después de diez años de no escucharlo y de no poder hablar con él, me acerqué al artefacto por puro instinto y le susurré: "Sí, abuelo, te escucho. ¡Cuánto te extrañaba!".