lunes, 2 de diciembre de 2013

22, la loca


Dicen que la locura es un placer que sólo los locos conocen. "La loca de las palomas" supongo que sabrá explicarme esa frase que repito para darle un sostén de cita literaria a mi texto. Esta mujercita de pelo desgreñado y pantalones mostaza (que por cierto no se saca nunca) es una de las sensaciones de mi nuevo barrio. 

Hace un tiempo, escuché versiones de una loca que anda suelta. Mientras le tira migas de pan a las palomas y recorre las callecitas de la zona, habla sola, grita alguna ocurrencia si pasa alguien cerca y blasfema a quién sabe qué dios y qué santo. No la imaginé de esa forma hasta que la vi, como suele ocurrir con nosotros, los humanos. Seres sensibles a las ideas concretas: ver antes de creer, hechos no ideas y otras yerbas. 

Resulta que la loca es una loca importante. Quiero decir, antes de conocerla pensé que era un título más para distinguir a alguien que hace cosas no tan comunes, aunque dentro de la normalidad. La gente suele proferir esa descripción como si fuera una virtud; cosa que no me parece mal pero que transforma la palabra loco en algo habitual. Hoy está lleno de locos, de la vida, de la guerra, de loquesea.

La loca de las palomas se posa cerca de las 17hs en una esquina con su bolsita de migas y una  cara de mala que intimida a más de uno. Las bicis pedalean más rápido, los autos suben las ventanillas y la gente que va caminando, además de cruzar de vereda para evitar no pasar frente a ella, apuran el paso por si las dudas y si las moscas. Con qué simplezas uno implanta el terror en la zona. Hasta las viejitas más despistadas se avivan en seguida cuando llegan al entorno gobernado por la figura de esta mujer inquietante y se desvían del camino. 

Varias veces la observé intentando analizar lo que hacía y debo admitir que en todas las ocasiones crucé de vereda. Se reconoce desde lejos con un pantalón que increíblemente no se destiñe jamás. Permanece en la esquina, mira para todos lados, nerviosa, y con motivos de engrandecer su figura amenazante, pone los brazos en jarra como desafiando a todo el que la mire. Casi como un reflejo, apurás el paso y sacás la llave de tu casa por si se le ocurre correrte, perseguirte y atraparte, encerrándote en su cueva repleta de palomas y heces. No creo que sea capaz de tanto pero uno nunca sabe en este mundo de locos.

Sólo una noche que la crucé por casualidad de la vida barrial tuve una idea de ella repleta de compasión. Estaba posada sobre su única ventana de la casa en donde vive: un cuartito en una planta baja con espacio limitado para respirar. Esa mujer tan provocadora e impetuosa que permanece todas las tardes en una esquina, estaba enmarcada por otra realidad que también era suya. Miraba el cielo y las estrellas sobre su ventana mientras tenía una de sus manos sobre el mentón. La imaginé soñando otro mundo lejos de ese lugar, enamorada quizás, con ilusiones y miedos, y con una sensibilidad que no coincidía con la mujer que era por las tardes.

Poco tiempo después me di cuenta que vivía junto a su madre: una señora grande postrada en silla de ruedas. Ahí terminé de comprenderla, de conocer el por qué de la locura de un loco. El entorno debe resultarle amenazador, la única forma de sobrevivir es mostrarse así, como "La loca de las palomas". Fuerte pero susceptible, salvaje pero efímera. Humana.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Nadie sabe las vivencias intimas de la gente. Y la gente juzgamos como si Dios nos hubiera encomendado esa mision. Ridiculos podemos ser aveces y mas locos q uno de verdad.