domingo, 25 de agosto de 2013

La espera




Las baldosas perpendiculares dominan la escena y combinan tristemente con los asientos en fila que se enfrentan alrededor del pasillo, dejando ver un escenario antipático e incómodo. La máquina de café pegada al dispenser de agua. El murmullo y el silencio que chocan entre sí, y no determinan ningún equilibrio. Miradas que se esquivan, bostezos que delatan una jornada agotadora o una inevitable sensación de hastío. Un teléfono que suena casi como insolente entre tanto susurro. Es viernes por la tarde, y sin embargo, no parece haber salido el sol en este lugar. Casi me resulta paradójico el reloj colgado al lado de la ventana como contando los minutos para que la espera concluya al fin. Aquí no existe el tiempo. La luz no se estima desde este lado del mundo. Qué aspecto tan sombrío me transmite la escena desde esta posición.

Una mujer sostiene entre sus brazos un pequeño bulto de mantas por las que asoma una cabecita ingenua. Dos hombres mantienen una charla entre voces taciturnas y una señora intenta sacar de su bolso un par de papeles para presentar en la recepción. De repente, una voz grita mi nombre.

Entro y salgo. Casi me parece alucinar el momento en que pisé el consultorio y escuché mi diagnóstico. El tiempo se convierte en un andar uniforme. Veo mis pies entre las baldosas. Me cuesta respirar. Te busco. Encuentro tu abrazo. No hay por qué temer.


viernes, 16 de agosto de 2013

ROS(olid)ARIO



Hace diez días atrás, Rosario sufrió un gran accidente que nos dejó a todos sumergidos en la tristeza. Un edificio explotó a causa de una pérdida de gas que le quitó la vida a muchas personas y dejó una atmósfera gris que aún hoy, luego de tanta búsqueda y sacrificio, sigue presente. 

A ocho cuadras de la explosión, los vidrios de las ventanas vibraron, y mucho. La incertidumbre por saber lo que había pasado era cada vez más grande. En pleno centro, en plena luz del día, en pleno apogeo de semana rutinaria como acostumbra tener la gran ciudad, ¿quién hubiera imaginado que algo así podía llegar a pasar y a tocarnos tan de cerca, tan de golpe, tan inesperadamente?

Primero, el asombro. Después, el dolor. La angustia de ver a aquellas familias buscando a sus seres queridos hace cuestionarnos inevitablemente qué hubiera pasado si la víctima era un amigo, un familiar, o por qué no, uno mismo. Frente a esto, ¿hay, acaso, algún culpable? ¿Es el destino, la vida, la responsabilidad de uno o de muchos? Innumerables testimonios para recolectar y analizar, historias que nos estremecen y nos hacen bajar la cabeza, una calle teñida de negro, un vacío en el corazón de Rosario. Me sentí mal. Mal porque lo imaginé. Porque no pude evitar tener al menos un poquito de conciencia de aquellos minutos desesperantes que habrán sido eternos. De aquel que no sabe lo que está pasando, de aquella chiquita que se aferró a su mascota, de aquel matrimonio que lo enfrentó de a dos. 

Escuchando varias entrevistas, hubo unas palabras de un hombre que había presenciado la explosión y se salvó para poder contarlo, que me quedaron impregnadas. "Una brisa tibia, la onda expansiva, me llevó la historia". Así, sin más. Se había salvado, estaba agradecido porque, supongo, vivir una situación como ésta y seguir con vida es una bendición. Pero el fuego le había quitado otra parte de su esencia: sus recuerdos palpables, tangibles, terrenales. En unos segundos, esa onda expansiva se tragó casi literalmente y con ímpetu, el cúmulo de historia que tenían decenas de familias.

Hoy la ciudad se va sanando de a poquito, a fuerza de lágrimas y mucha voluntad. Quedará para siempre un rinconcito sin cicatrizar. El dolor es de todos, aunque sí debo decir que es frente a estos hechos cuando no me canso de admirar el ánimo y el vigor de afortunadamente muchos. Deberíamos aprender a poner más en práctica  el espíritu de solidaridad que surgió a partir de esto. Porque, no sé, quizás, encontremos en eso un buen motivo para sentirnos mejor. 



domingo, 4 de agosto de 2013

No todo lo que brilla...


La desilusión de lo que, en principio, tenía la impronta de ser un gran profesor es como la desilusión del amor de tu vida. Ahí lo ves, destacando entre la multitud, creyéndolo especial, (decir único creo que ya es demasiado), admirándolo mientras te convencés de que la elección de esa comisión nunca podría haber sido mejor. Incluso llegás a regodearte entre la masa estudiantil diciendo que el profesor que tenés es un genio y que las clases que da están bárbaras

Un brote de orgullo te surge cuando alguien te responde que en comparación a este profesor, la cátedra que eligieron es horrible, que no entienden nada, que se arrepienten de no haber elegido la misma. Bueno, no te preocupes, creo que da otra materia en tercer o cuarto año. Hay que apurarse para inscribirse...  Y mientras tanto, la seguridad de haber seleccionado al mejor entre tantos, te hace sentir una grosa. Eso les pasa por giles, miren a quién tengo yo. 

Las primeras semanas todo muy lindo, muy motivador. El enamoramiento es casi una droga alucinógena donde, en vez de ver a un bombón romántico al estilo Ashton Kutcher en Muy parecido al amor, vemos un hombre flaco, de estatura media, hiperactivo, charlatán y perturbador. Poseedor de una particularidad que no puede pasar desapercibida: utilizar 300 mil caracteres por minuto. Aún así, todo parece estar bien. Tan malo no debe ser si al principio era el mejor. Pero, lamentablemente, (porque siempre hay un pero y siempre es lamentable) la ilusión se pincha como una piñata repleta de golosinas, y mientras todo el mundo se golpea y se estruja para lograr llegar a los caramelos de dulce de leche, vos te preguntás cómo pudo haber pasado esto. 

Es sabido, el momento de mayor fragilidad es cuando estamos ensimismados en eso que creíamos perfecto. Ahí perdemos nuestro eje, nuestro centro, nuestro yo. El magnánimo y bondadoso profesor terminó siendo uno más, que no sólo no se destaca entre el tropel de profesores, sino que además, llega a ser peor que cualquier otro. Es un simple mortal, no una divinidad omnipotente. Malas correcciones, mala onda y mala vibra, consignas imprecisas, quejas constantes y un ego que da piel de gallina. ¿Justo yo tuve que elegir esta comisión?

Pero bueno, tranqui, no te preocupes... creo que da otra materia en tercer o cuarto año.