miércoles, 29 de mayo de 2013

Somos cómplices los dos



Veinticinco años atrás la historia no había empezado. Y sin embargo, estaba ahí. Escrita. El veinte causa sobresalto. El cinco, una huella que marca la impiedad del tiempo. Veinticinco es turbación, adultez. Dos décadas y media atrás se saludaban sin saber que volverían a cruzarse después de tanto tiempo, de tanta vida y tanta historia.

Mari se ríe, me mira con un brillo especial que no me cuesta distinguir: Está contenta. 'Me siento como una adolescente", me dice mientras suspira y sigue largando risitas nerviosas, fusionadas con las ansias de saber que en unos minutos, el tiempo, maldito contendiente, quizás se detenga. 

Siempre quise saber lo que se siente reencontrarse con alguien después de muchos años. Decir un '¡tanto tiempo!' literal, abrazar como si hubieran pasado diez, veinte, treinta primaveras. Y que hayan pasado.  Que toda sea energía que fluye al conocer a alguien, vuelva a repetirse al redescubrirla. Porque el destino, además de ser un perverso, también es sabio. La vida entera que pasa entre nosotros no se cansa de sorprendernos, dejándonos pasmados en una laguna de dudas e incertidumbre, pero también de ilusión.

Tengo la suerte de que muchas madres de mis amigas son como un puñado de amigas más. Cada una en su rol de adulta, por supuesto. El pensamiento de una incipiente como yo, apenas llega a opiniones que intentan aprender de las experiencias vividas que ellas me brindan. Así es como encontré, sin imaginarlo, a Mariela, una luchadora que me llenó el corazón de alegría con su historia. 

Hace unos días atrás se reencontró con su amor de la juventud. La pasó a buscar después de veinticinco largos años y tan sólo pensar en ese reencuentro, me eriza la piel. Cada uno con sus crónicas de vida, con su marcas del pasado, con sus kilómetros de ruta. Me armé una escena de novela en mi cabeza, mientras él la esperaba en el auto  y ella caminaba entre palpitaciones y suspiros para estrecharse en un abrazo cargado de años.

El enigma de reconocerse es lo que se manifiesta como prueba irrrefutable de que el encanto no se perdió. Conocer a alguien implica tantos factores que sigo sosteniendo que, a pesar de muchos años, nos seguimos sorprendiendo con el conocimiento que creíamos tener de la persona. Si resulta difícil conocer a alguien, volver a verse en los mismos ojos, poniendo a prueba toda hostilidad es un desafío que tildo de extrema valentía. La magia reside en re-conocerla. En volver a experimentar el hecho de estar juntos por la simple ¿casualidad? de cruzarse nuevamente.

Una historia que quería compartir. La emoción me desbordaba como si yo fuera esa misma mujer que se siente plena, arriesgándose a los cambios con el corazón repleto de mariposas.



viernes, 17 de mayo de 2013

Despedida

Mi mirada no era compatible con ésta que soy hoy. Fui removiendo desconsuelos para encuadrar sólo tu sonrisa. Abrumadora forma de ir dando saltitos en los charcos de lluvia para no mojarme los zapatos. O peor aún, las medias. Como aquél reencuentro que hizo detener el mundo sin siquiera darnos por aludidos. La tormenta nos perseguía. Íbamos jugando a no dejarnos atrapar tan fácil, pero ya ves, quién puede escaparse de lo que es inevitable. 

Y así me persiguieron las horas. Los chistes malos, la risa obligada que después de ser obligada se convertía en una carcajada espontánea, los veintidós mensajes nuevos con letras consonánticas, la mañana que traspasaba las cortinas,  las cuarenta y tres cuadras de distancia, los beach boys y hey there delilah. 

Llegó la hora de decirme la verdad como la vez en que quedé con tus libros en un taxi y las palabras nos quedaban grandes porque el silencio era más que suficiente como testigo. Te encontré y me encontré. Y si nos perdimos, fue un gusto haberte encontrado alguna vez.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Cómo cambian las cosas los años...

Mi paseo era una regreso convencional en colectivo. Convencional hasta que los ví subir. Tomados de la mano como en plena juventud, dotados de un brillo especial que se notaba en las miradas que compartían. "Vieji, ¿podés?". Así, sin más. Se cuidaban y se mantenían firmes, supongo, como el día en que compartieron aquellos inolvidables primeros roces de las sábanas.

Los rostros colmados de hastío en el colectivo pasaron a ser la nueva rutina que nos recluye en un rincón del lado de la ventanilla. No nos miramos, no nos sentimos, no nos prestamos atención. Cada uno viene sumergido en su mundo, escuchando música, leyendo, hablando por teléfono o mirando el celular. 

Y así, mientras el mundo flotaba a mi alrededor y dos hombres se desafiaban disimuladamente por un asiento, los ví. Subieron emparejados como si fueran uno. Los años se habían encargado de hacer un amalgama entre ellos dos. Ella, fresca, sumisa, frágil e insegura. Él, intrépido, animoso, con fuerzas para ayudarla a subir y sentarla en el primer lugar disponible, sin soltarle la mano. Quién fuera como ellos. Quién fuera ese resultado de años y años, de vidas y muertes, de amores y odios, de miedos y perseverancias. 

Se miraban con tanta ternura que no podía despegar la mirada. Me resultó conmovedor algo, quizás, tan común. ¿Común? ¿De verdad es común? Ellos se habrán visto con el desvelo de la pasión enmarcada años atrás. Y ahora, ahora mirarse a la cara y encontrarse auténticos como el primer día resulta todo un desafío. Al final, después de tanta historia, lo que queda es el compañerismo, es seguir llevando la mochila a cuestas juntos.

Yo no creo en el amor para toda la vida. Creo en los amores para toda la vida... en bandada, en clanes, en cuadrillas que vienen sin escisión posible.


sábado, 4 de mayo de 2013

Es que todo se volvió gris


 Conmigo nunca hubo medias tintas. Si vengo de una seguidilla de buena racha, azares afortunados y porvenires que pronostican buen clima, inexorablemente vendrá luego una concatenación de malos tragos. Si no se me queda atascado un pájaro en la ventana, se me quema el foco de una lámpara que está incrustada en un techo altísimo con un plafón casi imposible de sacar. Si no pierde el bidet y moja todo el baño, me salta brea de la cañería del lavadero y termino fregando cual cenicienta.

Yo no sé si pido mucho, simplemente pretendo salir de una y no entrar en otra. Quizás haya fuerzas sobrenaturales que se alían en contra de mí para provocar una instancia de nervios que se ha hecho muy cotidiana en mis últimos días. Es lo más probable. Mientras tanto, escribo.

Ayer me levanté y había un pájaro. La vez pasada fue una paloma. Por lo menos éste era un bicho más lindo  y no hacía un ruido decrépito que hiciera que me despertara a las siete de la mañana. Mi nuevo amigo no podía salir del espacio que hay entre la ventana y las rejas, así que hice la gran misión del día. Saqué mi Antonella bondadosa para ponerla al servicio de la comunidad. Me chanté unos guantes y después de catorce intentos volvió a su hábitat natural entre cables, postes de luz y árboles pelados. Cabe aclarar que no se fue sin antes dejarme unos lindos adornitos decorativos en mi ventana.

Con respecto al techo alto, no acepto risas ni chantajes. No hablo desde un posicionamiento subjetivo de poca altura en el que veo todo desde un plano inferior. No. Bueno, quizás sí, pero es alto igual. Estoy planteándome éste problema desde anoche; creo que soñé con escaleras. Es cambiar un foco, ya sé, pero resulta que cuando estás solo, aquellos problemas más estúpidos y nimios que se te puedan imaginar resultan ser toda una odisea o misiones imposibles.

La mañana de ayer fue mortal. Mientras lidiaba con un contexto poco favorable, salí en plena lluvia a reencontrarme con mi grupo de amigas impuntuales. Véase aquí la aclaración y el adjetivo: "Impuntuales". Una hora esperando. Se me acalambraron las piernas, me hice amiga de la gente que pasaba y el hombrecillo de seguridad me miraba como diciendo "¿Qué hacés todavía acá?". 

Quiero creer que esto es el resultado de la nubosidad variable que hay en la ciudad. 
Ah, y el plomero no viene hace dos semanas... Empiezo a considerar que es el único plomero en todo Rosario.