jueves, 31 de mayo de 2012

Ojos que no ven... corazón que siente más fuerte


306km nos separan sin contar una seguidilla de semáforos, calles, cortadas, avenidas, transeúntes apurados sin tiempo, con relojes, con rutinas... Después de esto, si hay algo que tengo claro es que no lo tengo tan cerca como quisiera ni mucho menos.

Lo conocí allá por el año 2003 (qué raro se siente decir "allá por el año...", me siento una jubilada), íbamos al mismo colegio, el Bernasconi. Todavía tengo en la cabeza nuestras imágenes de pre-adolescentes hablando como si fuéramos conocidos de toda la vida. Con él tuve confianza desde el principio.

Yo era un Cacho futbolero que no hacía otra cosa que hablar de Boca. Él era fanático. De entrada nomás ya teníamos un tema que no era menor para tener una excusa y charlar juntos.

Creo que en los únicos momentos que sentía vergüenza estando él presente era en las horas de Natación. Tenía que usar esa gorra que te marcaba el cerebelo de una forma terrorífica; díganme a quién se le ocurrió semejante martirio, por dios. Nunca se lo dije. Nunca le dije que me daba vergüenza tener una pinta que no era la mejor mientras estaba conmigo. No sé por qué.

Pasó el tiempo. Yo me vine a Rosario hace siete años, pero eso no fue impedimento: si hay algo que no cambió es mi relación con él. O quizás sí, pero cambió en confianza, en espontaneidad, en amistad y en amor. Jamás pensé que nos mantendríamos unidos como hasta el día de hoy.

Nos contamos lo que nos pasa como si nos hubiéramos visto ayer. Nos colgamos, pasan unos días, no hablamos y cuando retomamos nuestras vidas para ponernos al tanto, seguimos teniendo esas conversaciones de confianza mutua que me dan ganas de vivirlas estando juntos en la misma ciudad.

Somos opuestos pero totalmente compatibles. Se hace el duro, el hombre insensible. Lo molesto, le saco la paciencia con mis palabritas cursis. Me hace enojar por su frialdad de heladera marca Whirlpool,  pero así y todo él sabe que lo quiero para siempre.

Lulú le digo mientras me responde con esa ironía que tiene: "Es de gay Lulú".

-Uh bueno, no te digo más nada, Lucas.

jueves, 17 de mayo de 2012

Invadiendo terreno



La guerra civil entre amigas se declara por celos. Por celos que alejan a la damnificada en cuestión por un motivo mucho más movilizante que trae aparejado distanciamientos habituales: el novio.

El tema acá es distinguir entre el chongo y el novio.

El chongo está siempre. Va, viene, un día se borra, vuelve a aparecer, lo odiás, lo querés, lo extrañás, te bancás que se lo trague la tierra, lo volvés a ver y es el hombre de tu vida. Tus amigas hacen de él un identikit de acuerdo al sentimiento de amor y odio permanente que ronda en tu cabeza. Los fines de semana aprovechan para chusmear entre mujeres y preguntarte por qué capítulo vas  de la novelita de tres tomos que te estás armando con tu macho. Para vos Hugh Jackman es un poroto.

Incluso se sabe de la existencia de una diversidad de chongos. Está el de la facu, el vecino, el hermano de tu amiga, el que atiende en los chinos, el amor imposible amigo de un ex chongo, en fin... Hay para todos los gustos. Entiéndase en este punto, que una mujer jamás está exenta de chongos. Como así tampoco de ojos. El "Se mira y no se toca", es probable, pero mirar, se mira siempre. La simulación barata de que 'estando con...' no mirás a nadie más, no te la creo. Esto no es ficción.

Ahora bien, cuando el chongo de una amiga pasa a un nivel superior, hay sólo una opción posible: O te cae o te cae. El ex-chongo pasa a ser 'novio'. Título difícil de mantener, tolerar y sobrellevar por ambas partes. La cosa se complejiza elevando la potencia a 20.

Las amigas de la novia somos complicadas. Si ya es difícil ser chongo, no quiero imaginarme lo que es tener el rótulo de formalidad. Los celos saltan a la luz. Primero todo muy bonito, incluso uno incentiva la consumación.

Te tragás al fulano con aguarrás, le mandás sonrisita de simpática para generar una confianza mutua. Nada. Cuando no va, no va. Al final, escupís para arriba y sin correrte del recorrido terminás con un salivazo en el medio de la frente. Novios densos, insufribles, pesados. Fanáticos invasores de la intimidad amiguísticamente-femenina. Flaco, acá no te metás.

Que la "Noche de chicas" se mantenga en silencio y en secreto sustancial porque probablemente (y con victoria) haga hasta lo imposible por terminar el circo y llevársela de contrabando. 

Si hay novios amigos de las amigas de la novia, bienvenidos sean. Ahí es cuando pienso en mi ex. Imposible olvidar el sosiego, la mirada paciente, las marcas imborrables... aquellos que hacen el esfuerzo porque todo sea diferente...

lunes, 14 de mayo de 2012

Amor propio y corazón coraza


-Ay... ¡Vos y tu amor propio!...- me repite una amiga para resumir el carácter orgulloso que me define.


Y es que, haciendo un análisis introspectivo, ese aire de orgullocita es el que me brota como mecanismo de defensa frente a determinadas situaciones.

Pero no hablo de un orgullo narcisista y egocéntrico; de hecho por mucho tiempo tuve que combatir contra mis propios fantasmas que llenaban de inseguridades mis días. Me refiero a un orgullo de estimación, de consideración. De "Amor propio", dejando de lado la soberbia y la suficiencia.

Quererme por quién soy, por cómo soy, por quién quiero llegar a ser. Aceptando mis momentos grises que anuncian mal clima y nubosidad en aumento, pero que siempre intentan despejarse. Y aspirando también a que me acepten así.

El orgullo demostrativo se coló entre mis cosas. Una simple sentimental. Nunca voy a dejar de hacerte saber lo que siento. Llevo la expresión como bandera, el sentimiento a flor de piel pero siempre acompañado de un límite. Tanta demostración me lleva al amor propio. Te quiero. Si no es recíproco, me quedo conmigo.

Jamás fui un "corazón coraza" simplemente porque esa forma no está en mis formas. Aunque si necesito esconderme en el orgullo no lo dudo. Hacemos lo que podemos con lo que sentimos. Y es ahí donde busco consuelo.

La coraza surge de saber que el otro no es parte de nosotros. Y de que no podemos hacer nada para cambiarlo.

En palabras de Mario Benedetti:


"...porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
  corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
(...)
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no..."



miércoles, 2 de mayo de 2012

El orden contra-ataca



Hace unos años me reía de los sábados decrépitos de mi madre. Su look de señora fashion quedaba revestido por los puños doblados de una remera, un broche en el pelo y un par de zapatillas empolvadas.

 Era otra. Era otra pero por un motivo que me sacó de quicio durante toda mi infancia: Los sábados eran para limpiar. Para limpiar el zócalo de la pared, el lado izquierdo de la perilla del lavamanos y la cerradura de la puerta. En mi casa se limpiaba a pleno.

El olor a desifectante se mezclaba con el de lavandina, el piso era para patinar, volaba ropa para lavar, sábanas con perfume y el humor en el ambiente era inmediato: Había que ayudar.

Y no sólo eso. Era una mocosa con trenzas en el pelo cuando visitaba a mi abuela paterna y ya tenía bien claritas las reglas para una convivencia óptima en la casa de la Chicha. Jamás me pareció raro, es más, creo que ya lo llevaba incorporado.

El tema del aseo y la prolijidad en mi familia se siente. Escucharlo quizás suene psicótico. No, no soy un ente cuasi-adicta al orden, pero mi genética no anda con vueltas. Así fue que salí bien ordenadita. No me gusta levantarme sin hacer la cama, las pelusas acumuladas, el olor a encierro, el baño hecho un furgón de guerra ni la yerba que se cayó por un costado del tacho de basura.

Abro los ojos como dos huevos fritos y largo una risita nerviosa cuando me cuentan de hermanos menores pintando paredes en la casa o de dulce de leche pegoteado en la alacena. El momento exacto en donde la salsa de hace tres día todavía sigue decorando la cocina es el límite. Mi peor paisaje es la pila de platos amontonados con cubiertos desparramados y una olla que me mira amenazante.

No puedo con mi genio.