lunes, 31 de diciembre de 2012

Aquellas pequeñas cosas



Que la familia no se elige es tan cierto como la libre elección de los amigos para toda la vida. Y así, mi 2012 se tiñó de amor, de gente bonita que estuvo más presente que nunca.
El catálogo de momentos palpitantes y el top ten de los mejores recuerdos del año se los debo. Yo me quedo con este ramo de sonrisas, de miradas que me llegaron al corazón, de sentimientos que se hicieron más fuerte a medida que iba conociendo la compañía más pura y sincera que podría haber imaginado.

No quiero dar un monólogo ni un balance anual, eso queda conmigo bien guardadito para colgarlo en la lista de años inolvidables. Mis doce meses se basaron en la recepción de energía y de un aprendizaje constante para llevar las cargas de una mochila que siempre se alivianó con la fortaleza que me brindaron mis amigos.

Conocí, aprendí, lloré de tristeza y de risa hasta que me doliera la panza, inventé más palabras que un diccionario, compartí todo tipo de abrazos: desde los pequeños que son bien tímidos hasta los más osados que terminan por hacer doler hasta los huesos.  

Y acá estoy terminando un año con una sonrisa nuevamente. Sin cansarme de palpitar esa emoción que conlleva despedirse, extrañar pero seguir queriendo de la misma forma que el primer día.

Si busco sinónimos de Despedida encuentro que las palabras Celebración o Ceremonia, también forman parte del itinerario. Entonces... ¿por qué no tomarlo así? Las despedidas son esos dolores dulces, diría una amiga que lleva tatuado el rock como forma de vida junto con el Indio Solari.


Gracias a ella. Mi querida Negrita con su disgusto por las palabras cursis que forman parte de mi sensiblería de todos los días. Junto con la Señorita Rulitos se hicieron imprescindibles en mis días grises, en mis mañanas con pachorra y en mis pequeños ahogos de vasos vacíos. Las dos engalanando mi 2012. ¿Qué más puedo pedir? Por supuesto que sí: Que permanezcan muchos años más.

Las aflicciones siempre tienen un gustito amargo pero nos acercan a los sentimientos más verdaderos, de eso estoy convencida. Por eso mi brindis es bien sencillo: Brindo por los amigos. Por los buenos compañeros de ruta que son los que están eternamente presentes. Incluso en la distancia, en la ausencia, en el paso del tiempo. ¿Hay, acaso, algo más poderoso que eso?


sábado, 22 de diciembre de 2012

Que todas las lunas sean lunas de miel



—Levantá un momento la cabeza, la almohada es demasiado baja, te la voy a cambiar.
—Mejor sería que dejaras tranquila la almohada y me cambiaras la cabeza —dijo Oliveira—.

“Rayuela”, Julio Cortázar


La propuesta de Horacio Oliveira no nos vendría nada mal. En un año en donde todo acecha con golpearnos y dejarnos heridas de gran magnitud lo importante termina siendo salir a la luz y no morir en el intento, acomodando nuestra cabeza sobre todas las cosas.

Diciembre me contagia de sus melancólicas semanas de trasnoche con reflexiones que varían según el día. Y me encanta. Me encanta sentarme y balancear un año repleto de tantas cosas que tengo la vaga sensación de que fueron dos o tres en uno. El barba hizo dos por uno conmigo. Promoción a mitad de precio con liquidaciones de verano.

Hoy instalo mi almohada para reposar la cabeza y sanar el corazón. Vivo con la perseverancia del convencimiento de las cosas lindas y simples de la vida. Siento cada detalle como el abrazo de aquellas personas que quiero y llevo prendadas en el alma. Y me río sin dejar de creer que los obstáculos que tuve que pasar fueron parte del viaje. Al fin y al cabo de eso se trata la aventura.

Como deseo no pido palabras vacías ni sonrisas fingidas, no pido un brindis que contenga la nostalgia de los días pasados sino la dicha de los que vendrán. Que los corazones se ensanchen y las ilusiones no se ahoguen en promesas vanas. Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena.

Como regalo, una canción repleta de mucho.



miércoles, 12 de diciembre de 2012

La gula de la ausencia

Tengo un serio problema con las galletitas Frutigran. El envase violeta que viene con chips de chocolate me mira desde la alacena y trato de no tirarle mucha onda porque termino con la mitad del paquete en cuestión de minutos. 

Mi poco talento para la cocina me obliga a tener siempre a mano el alimento de supervivencia elemental mi querido Watson: galletitas y leche, galletitas y yogur, galletitas e infusión. No salgo de las galletitas básicas que compra todo el mundo, las pepas, las surtidas que siempre quedan a la mitad porque las más feas no las come ni el perro, los bizcochos para el mate, las comunachas con mermelada, en fin. Pero cuando voy a la dietética de acá a la vuelta, las Frutigran me llaman desde los estantes anunciando una gula terrenal de galletitas. 

Vuelvo a mi casa para despejar la cabeza de mis adicciones con la esperanza de encontrar alguna otra cosa que no sea alcohol para un borracho en tratamiento y me encuentro con más Frutigran que me sonríen.  Las veo en propagandas, en la tele, en el parque entre mateadas. Esto es demasiado. Es como escuchar el nombre de tu ex por todos lados, como si todo el mundo se hubiese complotado para recordarte lo lindo que es tenerlo presente todavía. Los kioscos se llaman Pepito, la carnicería de la esquina se llama Don Pepito, el graffiti de enfrente dice Pepito te amo.

Y terminás odiando al que te vendió las galletitas, al que puso el nombre del kiosco y al grafitero con sus declaraciones de amor. Luego sobreviene la culpa de la compra o, en su defecto, de la ingesta. Y ya las estás volviendo a extrañar...



martes, 27 de noviembre de 2012

Lleno de memoria


"Pobres, lo que se dice pobres, son los que son siempre muchos y están siempre solos.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que no saben que son pobres."
Eduardo Galeano

Pertenezco a un grupo de amantes a las palabras que se encuentra constantemente en un campo de batalla minado de tecnologías que buscan atentar contra ellas. Dejarlas de lado es una conspiración de guerra interna. No sólo perdemos lenguaje, sino que también olvidamos nuestra identidad, nuestra forma básica de relación que permite mantenernos próximos.

Las redes sociales y las páginas de Internet que buscan concientizar un "mundo conectado" suelen formar parte de una mentira con segundas intenciones que muy pocas veces podemos observar. Su uso puede variar pero los extremos son siempre peligrosos. El hecho de tomarnos a flor de piel un sitio virtual nos lleva a creer que todo lo que hacemos a través de él se convierta en algo real. En algo tan concreto como las palabras dichas con la cara de frente.
Me pasó y me sigue pasando: Conocer gente que se cree que los sentimientos se borran con tan sólo un click. Ahorre tiempo. Hágalo usted mismo de manera fácil y rápida. ¿Para qué perseguirse con cargos de conciencia? ¿Para qué lastimarse y hacerse la cabeza por problemas que no requieren de mayores inconvenientes que presionar una ventana con acceso directo al Eliminar?

Suena sencillo y es más sencillo aún creerse el cuentito barato. Borrar de una pincelada a una persona. Eliminarla de todos lados. Una simulación casi exacta que nos lleva a creer que nunca existió. Ni la persona, ni el sentimiento que nos unía a ella.  Qué manera fácil de vivir. 

No lo niego, a veces puede resultar terapéutico. Se da una evaporación automática y casi natural que en el momento lastima (¡y cómo!) pero que termina ayudándonos a olvidar. Es un buen paso para el bienestar personal y el orgullo del amor propio. Aunque  acudir a estos métodos de cobardía de buenas a primeras haciendo que el otro se entere de casualidad mediante un lenguaje más incomprensible que señales de humo, termina siendo un ataque con bombas molotov asediando un pueblo completo. O una goleada a los quince minutos del primer tiempo con dos hombres de menos, para ser bien gráfica con los hombres.

Hacernos íntimos amigos de la cobardía que nos brinda esa virtualidad no es la solución. Que las máquinas no nos consuman, que ese mundo imaginario no nos trague, que la comodidad no nos aceche. Las palabras pierden significado cuando quedan revestidas con la falta de sinceridad. Porque el facilismo de creer que los sentimientos se borran apretando un botón nos está destruyendo por completo. Porque como el olvido está lleno de memoria, nunca sabemos cuando vamos a volver a cruzarnos en las paredes de nuestros recuerdos.


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Desafíos en liquidación


Estar tomando mates con una agenda sobre la mesa y un calendario que acompaña tan bella y sensible escena mientras intentamos caer en la cuenta de que estamos atravesando los mediados de noviembre para instalarnos en los fines, es una situación que requiere de paciencia, de un digno OM NAMAH SHIVAYA (mantra para meditar) y de libros de autoayuda que siempre encontrás en algún baño de familiar perturbado. 

Este año no hay excepciones para atravesar un diciembre con todos los condimentos, digno acreedor de la mutación quizás más importante que haya tenido. Me quedo en Rosario a cinco horas de Capital, a diez de Mar del Plata y con eso ya me basta. ¿Quieren más? Acompañada de mis íntimas amigas las cajas, con un calor santafesino que agobia, con la mitad de mi familia en un lugar, con la otra mitad en otro, con vacaciones que se basan en  no intentar tirarme por el balcón y la desesperación como punto primordial.

Suele agarrarme la locura de extrañitis crónica con receta de antibióticos y toda la parafernalia. Me encuentro entre la disyuntiva entre volver a casa o quedarme acá. Lo pienso, armo mi bolso y me voy para Santa Fe a curarme con comida rica y mimos de mi mamá. El año que viene esa idea de escape queda al margen total de mis posibilidades. Hacer un viaje "fugaz" a Mar del Plata resulta de novela. 

Todavía intento imaginarme al menos una porción de lo que va a ser. Tendré que aferrarme a seguir madurando, a buscar entre mis cosas la fuerza para soportar la distancia que conllevan las lágrimas del desarraigo, la importancia de los valores para dejar de lado las banalidades, los problemas estúpidos, las palabras vacías, las personas que no ven más allá de su propio ombligo.



sábado, 10 de noviembre de 2012

Mister Simpatía


El *Hola-qué-tal* es instantáneo. Ni hablemos del gracias ni del por favor... Si llamo a las cosas por su nombre, estas muletillas de respeto no me faltan nunca.  Ahora, ¿cómo hago para intentar calmar mis nervios  y no caer en la tentación de romper con mis cortesías por un vecino totalmente anti-social, mal educado y reacio a los buenos modales?

Imaginar una situación de esta especie no nos resulta demasiado complicado. A menudo solemos cruzarnos con gente que pronuncia alguna palabra sólo para atropellarnos con su sarta de idioteces y quejas a mansalva. ¿El respeto? Bien, gracias.

Resulta que tengo un vecino re divino que refleja en su rostro algo tan utópico y aburrido como un arcoiris en blanco y negro. El tipo es un pobre infelíz. No me corresponde en lo absoluto hablar de él porque apenas lo conozco pero llegué a un punto en el cual no encuentro ningún tipo de justificación para su manera de obrar. Es apático de la punta de la última cana hasta el dedo gordo que le asoma entre las ojotas. 

Su vida probablemente sea un frasco de mermelada imposible de abrir. Suele pasarme seguido: pruebo darlo vuelta, lo sacudo, giro la tapa con un cuchillo tamaño XL. Nada me da resultado y termino comiendo las galletitas en oferta de los chinos. La comparación un tanto rebuscada sería algo así como conformismo puro. El Mister Simpatía se quedó estancado en la nada a causa de una seguidilla de fracasos que lo terminaron convirtiendo en un ogro malvado de cuentos para chicos. 

Intenté de todo y todo me llevó a lo mismo. Su cara de no-felizcumpleaños es el mejor remedio para mis malestares: Si estoy mal y me lo cruzo, al menos sé que siempre hay algo peor. Probé la sonrisa simpática, la sonrisa tímida, la charla sobre el clima... y nada. El momento envidiable de mi plena existencia es cuando el ascensor (que parece estar pegado al piso séptimo) se detiene e ingresa a mi panorama el Mala Onda. 

¿Cómo es posible no pronunciar palabra alguna? Un sonido, un ruido, un ALGO por favor!! Me indigna no sólo por el hecho que conlleva la falta de respeto dejando bien en claro el interés nulo por el otro, sino también por la pérdida total del interés de todo lo que lo rodea, incluyéndose él mismo.  

Ojalá mi vida nunca esté tan vacía como para negar un saludo, un por favor, un gracias... De esas simplezas se llena el alma.


martes, 23 de octubre de 2012

Alimenta tus fantasías, no tus vanidades, nena



La picardía del enaltecimiento siempre fue tarea fácil para mí. Jamás dudé en encontrarle virtudes a las personas que conocí. Si bien el peso de lo negativo a veces suele nublarnos la visión del bonito paisaje, el lado incandescente me seduce aún más. Quizás un poco idealista, sí... ¿Un poco? Lo admito: soy una idealista que vive en la luna y a la que la realidad suele ponerle en guardia con frecuencia.

En esta disyuntiva de idealismo/realismo me sumergí anoche. Quiero aclarar que vengo de una seguidilla de madrugadas sin dormir, con insomnio y cansancio acumulado debido a una cabeza que carbura a mil por hora. Calavera no chilla: lo bueno de la vigilia es que da lugar a la imaginación y a la reflexión. En los idealistas expertos, la reflexión y el análisis de las preocupaciones no es más que una salida de escape, una especie de terapia mecánica de palabras pensadas mientras acomodamos la almohada. El resultado puede variar (incluso siempre varía), pero las conclusiones pensadas con anterioridad suelen ser siempre las mismas.

Dentro de una tela de éxtasis pleno solía colocar a las personas que me gustaban. Les encontraba virtudes hasta donde no tenían y los elevaba casi a un plano superior. Llegué a convencerme de que la frialdad era algo pasajero, que ese otro iba a cambiar, que el no querer algo en serio era parte de un efímero y transitorio camino del cual iba a retractarse más adelante. Mis ilusiones pasaron a ser  como un globo que se desinfla de a poquito, perdiendo el aire. Quizás el dolor hubiera sido menor si el globo se pinchaba en seco, si el globo era uno de esos que se apuñalan bien rápido evitando la agonía. 

Mi problema está en la dificultad de ver que aquellos parámetros que nos ligan a la sinceridad, sólo pueden nacer de la persona como una elección propia e individual. Aquí se pone en juego la voluntad del otro: aquello que no se pide, que simplemente se da. Algo así como un regalo. El obsequio deja de serlo en la medida en que no nace de una voluntad propia, en la medida en que pasa a ser una obligación.

El regalo de cumpleaños, por ejemplo, suele convertirse en un ritual, un acto casi de deber impuesto por la sociedad y el quédirán. Si bien hay muchos que aprovechan la celebración de un cumpleaños para demostrar mediante un presente el cariño y el afecto hacia la otra persona, hay otros que ni siquiera saben qué es lo que verdaderamente atrae al agasajado. Por eso encuentro un sabor especial en los regalos sorpresa, en los que no saben de fechas ni días especiales, ni aniversarios, ni cumplemeses. 

Esta dinámica del regalo es la que busco implementar en mis relaciones: siempre con anhelos, intenciones y deseos libres. La voluntad individual es la que nos gobierna y la que me gusta que me tome por sorpresa, aún siendo consciente de que voy a seguir alimentando mis fantasías.

viernes, 19 de octubre de 2012

Hacer de tripas corazón



Sin preámbulos vengo a postular una hipótesis que se convirtió en acompañante de mis días de mal humor: A la primer queja le sobreviene una docena de actos proclives a más quejas. Pasándolo en limpio sería algo así como a mayor quejas, mayor quejas (valga la redundancia).

Un difamado y controversial Coelho manifestó la frase "Cuando quieres algo, todo el Universo conspira para que realices tu deseo". Una cosa entre cursi y conformista. Demasiado positivismo junto que a veces no viene nada mal pero siendo sincera,  nos hace declarar un alto nivel de desconfianza. Haciendo hincapié en lo que dice, me atrevo a postular que si pisamos el palito y mantenemos una queja constante durante un lapso de tiempo determinado, es probable que ese universo conspire para que sigamos quejándonos aún más. 

Al mundo no le basta con que se nos rompa el paragüas en el medio del tormentón y apliquemos nuestra mejor cara de póker intentando no encajarle un pedazo de metal a alguno. La humanidad necesita de más. Y es por eso que al estirar el brazo para parar un taxi, te cruzás con un salame que entre los auriculares gigantes y el chicle que mastica al mejor estilo jirafa, te gana de mano. Sube con toda la tranquilidad del mundo mientras blasfemás en su contra sin remedio alguno.

La queja continúa, no se entrega al escondite y nos presenta un gigante de barriga sentado como acompañante en el colectivo. El hombre pretende que nos teletransportemos de manera mágica al mejor estilo Harry Potter y lleguemos con facilidad a atravesarlo para alcanzar el asiento de la ventanilla. Levantarse jamás. ¿Pasás por ahí? NO.

Finalmente, cuando logramos vencer todos los obstáculos (incluído el langa que no quiere moverse), nos vemos dispuestos a leer unos apuntes de la facultad con la intención de sacarnos la culpa por no haberlo hecho antes. Al revisar las páginas, nos encontramos con hojas y más hojas fotocopiadas a la mitad. Aplausos para el copado que sabe usar la fotocopiadora. 

Acá es donde pongo en práctica fórmulas de Meditación Trascendental para no seguir llamando a la mala racha del día. Hagas lo que hagas: ¡no te quejes! Aunque cueste, aunque te salte la térmica y no puedas soportarlo. Hacer de tripas corazón es la solución. O simplemente reírte, que así suena más atractivo.



viernes, 5 de octubre de 2012

Fingiendo la palabra



En el medio de una clase apunté el texto "Las palabras violadas" de Julio Cortázar. Recomendación del profesor.

Lo registré por el título y por el autor, dignos de mención. Llegué a encontrarlo en un blog de pura casualidad y me sentí tan absorbida que no pude menos que transportarlo. Para quienes estén interesados pueden leerlo acá

El texto en sí refleja la pura realidad que se vivió y se sigue viviendo. No es mera coincidencia que las palabras de don Julio sigan teniendo un sabor exclusivamente actual en esta sociedad de palabras gastadas, enfermas y hasta en desuso.

Increíble cómo contagian los textos, excediendo la magia que conlleva la infinidad de voces, la proclamación del espíritu que va de la mano de verbos, de expresiones, de mundos. Cada discurso es una promesa, un juramento que atestigua lo ficticio y lo real.

En esa agitación constante es donde encuentro (como Cortázar encuentra en los discursos imperialistas o fascistas) "palabras que terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad".

Basta darnos vuelta. Basta prestar atención, mirar alrededor. La palabra te quiero como sinónimo de pactos acuartelados, de baratijas de amores descartables en terapia intensiva. He llegado a conocer personas que con un te amo arreglan hasta la más larga lista de angustias y reproches.Un pequeño ejemplo que nace en escenas incrédulas y desemboca en un diccionario completo de palabras que salen por inercia, por obligación y sin el mínimo interés.

Para regalar o ser deleitada con palabras manchadas de mentiras prefiero quedarme sin obsequio.
Quizás por eso alguna vez Borges proclamó: "No hables al menos que puedas mejorar el silencio." 



martes, 25 de septiembre de 2012

Son las cosas del destino


Hay quienes creen en la belleza congénita de las casualidades que atrapan. Otros quizás renieguen de sí mismos intentando darle la mano al destino, dignos creyentes de un estaba escrito intachable. Y por otro lado también están los incurables que se regalan certezas y que terminan llorando en secreto abajo de las sábanas o encerrados en el baño con la canilla abierta.

Si me preguntan, soy socia vitalicia del último grupo. Ato y desato mis nudos atravesándolos por un primer plano que se compone de plenos convencimientos. No hay nada que sea imposible. Al menos para mí. Al menos para mi cabeza. Al menos para mi imaginación.

Me pongo en el papel de abuela con refranes abajo de la manga."Tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe". Y mi barco de papel se hunde. Mis partículas subatómicas dejan de existir. Y el globo se termina pinchando. ¿La ilusión? Llegó a su fecha de vencimiento, pero no por eso concluye ahí.

Me acecha mi propia certeza. O mejor dicho, mi creencia en la certidumbre. Mi no-espanto a la incertidumbre. Mi fé.

Soy versada en el destino, en las casualidades y en la plena convicción de que las cosas se visten de cambios para mejor. Y es ahí cuando llego al punto de asustarme, de agachar la cabeza y acallar mis ansiedades. No todo está escrito, no todo es el destino, no todo está encuadrado en el perfecto convencimiento de las cosas hechas a medida. Aún así: nada me parece inverosímil.

Los escalones indomables que cuesta arriba parecen no tener fin me motivan a saltar. Cara o cruz, la suerte está echada.




miércoles, 5 de septiembre de 2012

Un solo corazón

 
Siempre estuve segunda en la fila. Quiero decir que desde mis más simples recuerdos, el primer, segundo y como mucho tercer puesto dentro de la tan insoportable hilera escolar que tanto me castigaba, estaba dedicado para mí. Siempre había alguna otra que era 2 cm más bajita (juro que lo medía con la vista y la intuición.)

Debo medir lo mismo hace más de la mitad de los años que tengo ahora. La genética me regaló una altura digna de tacos, pero me la banco con todas las letras. Lo que no me banco son los apodos, pero eso es otro tema.

Desde esa vista anti-panorámica en donde el segundo puesto era mi lugar, tenía una especie de recompensa, un premio consuelo que tenía las cuatro letras más lindas del universo: Blas.

Be-ele-a-ese. Lo nombraba siempre, era casi como pronunciar una letra entera. Blas era EL chico del curso. Siempre charlatán, siempre simpático y... siempre lindo. El típico rubiecito bonito con sonrisa que enamora y que siempre, pero siempre, busca chicas más grandes con las cuales alardear.

Yo no entraba en ese paradigma de "Chica grande". Ni por la edad ni muchos menos por la altura. Anto era la chiquita, la menudita. Confortaba mis ánimos simplemente con la presencia que me brindaba el hecho de que él fuera casi de la misma altura. En la fila éramos pareja, éramos A y B, rubiones, bajitos, casi novios, pretendientes, futuros esposos. Lástima que él nunca lo supo.

Jugábamos al tan famoso Poli-ladrón, mientras ponía en práctica mis inocentes armas de seducción. Las más diosas se soltaban el pelo, se pintaban las uñas y corrían como princesas despampanantes en un mar de mocosos rebeldes. Yo tenía dos estrategias: Cuando era policía, corría lo más rápido posible, hasta que el corazón me quedaba temblando. Blas era mi presa, sin duda alguna, y de esta forma podría admirar mi velocidad innata. Cuando era ladrón, me dejaba atrapar por mi secreto novio que siempre era solicitado por alguna metida. Así pasaba mi recreo.

Al final del día, mi mochila, carrito en ese entonces (gracias al señor ya casi no se usan), rozaba sus manos. Blas me ayudaba a llevarla cuando el aparatejo se interponía entre nosotros. Mi mano derecha y su mano izquierda iban juntas, se acariciaban tímidamente, mientras yo estaba a punto de proponerle matrimonio.

Toda la primaria enamorada del mismo. Llegó a raparse. Llegó a convertirse en un pelado de 8 años. Y Blas seguía siendo pretendido.

Me fui del colegio, me cambié de ciudad, de lugar, de espacio y de vida. Crecí, por supuesto. No sigo siendo una púber con moños en el pelo, pero sigo teniendo un itinerario completo de más historias como ésta. Voy plasmando ilusiones en pedacitos de Blas que se cruzan, sin darme cuenta que lo que verdaderamente me atrapa, sólo puedo percibirlo en la incertidumbre.

El misterio es mucho más interesante que la imaginación. Y así se da.


domingo, 26 de agosto de 2012

De elegancias y complicidades

Siempre tuve la certeza de que una de mis abuelas era una especie de ying y yang, de blanco y negro, de Branca o Vittone, de Gandalf o Dumbledore, de Hegel o Kant con respecto al resto de las abuelas existentes en éste y otros planetas.

La Abuela Chiqui no es abuela. Es madre, amiga, confidente, cómplice, lo que se quiera menos abuela. Pero no por el rótulo y la labor que implica ser una abuela con todas las letras, sino porque mi abuela podría describirse con  una palabra que siempre tiene un gustito distinto según el contexto: ESPECIAL.

Ser especial es ser algo que otros no son, es ser distinto, es contrastar con el resto y dejar demostrado de esta manera la excepción que rige la regla. Y por ser especial es que tuve que encontrarle un sobrenombre que se distinguiera: La Chicha.

Desde que tengo memoria la Chicha siempre estuvo impecable, una vez que se levanta y hasta que se va a acostar. Se maquilla, se peina, se viste de punta en blanco. Coqueta y presumida, huele a perfume y a cremas de todos los modelos, tipos y patrones. Baila el ritmo que le pidas, se emociona con el tango y no duda en salir a la pista cuando empieza la música.

Encuentra el fin del mundo en una lluvia con granizo y se brota de miedos cuando no le atiendo el celular.  Puede cebarme tres termos de mate sin chistar y llenarme la panza en una tarde con más de lo que como en una semana.

No sólo ella es sinónimo de pulcritud y prolijidad, los rincones de su casa están amoldados a su personalidad de inquieta, de mujer con carácter y temperamento.

Hace veinte años que vive sola en un lugar del que sus tres hijos ya partieron. La Chicha se convierte en pintor, en plomero, en albañil. Siempre y cuando pueda arreglarlo, lo hace. Admiro sus ganas y su fortaleza. Aunque debo declarar que me siento incapacitada totalmente para lograr entender cómo hace para levantarse de lunes a viernes a las 7 de la mañana, caminar 10 cuadras e instalarse en el gimnasio. Pequeñas incógnitas de la vida.

-Ayer me silbaron en la calle... ¡Todavía levanto!- me dice mientras se ríe.

Y nos reímos las dos, juntas, como otras tantas tardes en que la voy a visitar. La miro y muero por decirle que no le tema al tiempo. Que la vida se vive disfrutándola. Y que nunca se olvide de que la quiero así. Como es. Especial.
  

lunes, 20 de agosto de 2012

Luces en la noche



"La vida es eso que pasa mientras esperás que el corte de luz se termine". Eso pensaba mientras me llenaba de velas al mejor estilo santuario después de un corte de luz totalmente inesperado (¿qué corte de luz es esperado?) y en compañía de un silencio muy poco alentador.

Me arreglé con velas que tenía de casualidad, sin linterna, con una línea de batería en el celular que amagaba por apagarse y con una caja de tres míseros fósforos. Lindo momento apto para divertirse y llorar de felicidad.

Algo tan común como la luz cobró mayor sentido para mí en las últimas horas. Resulta obvio y hasta casi irrisorio: conozco dónde vivo, conozco la ubicación de las cosas, sin embargo, no puedo moverme tranquila. El tanteo constante, la inseguridad que implica no saber dónde pisar, dónde buscar, dónde encontrar.

Era la luz la que me acompañaba cuando estaba sola. Leyendo, haciendo ruido, estando presente aún sin que yo lo notara. Es la luz la que me levanta, la que hace que la noche se convierta en algo pasajero cuando no hay planes que seducen.

Quizás el hecho está en que si nos acostumbramos a algo, perdemos esa capacidad de asombro, ese sentimiento de estupor que nos hace tener una valoración de las cosas que contemple mejor lo que nos pasa.

Y probablemente esto también nos sucede en otras tantas, tantísimas situaciones de la vida. La cotidianeidad de tener tanta luz nos ciega de tal manera que cuando nos falta, sólo podemos esperar a que vuelva... otra vez. (Y que sea pronto!!)


lunes, 30 de julio de 2012

Abolir el tiempo, volver atrás





Volví de un viaje que me atrapó por completo. Fue en ese trayecto que implica la vuelta donde mi cabeza se quedó en parálisis, donde la regresión a los pequeños días tan inmensamente lindos fue inevitable.

Siendo bien egoísta: el tiempo no me alcanzó. A nadie le sobran horas de paz y tranquilidad. Para mí que vengo de ciudad en ciudad, en donde el mayor alcance de calma está en una costanera repleta de gente, creo que esto fue de otro mundo.

Doce horas completitas de viaje. Llegué con un buzo abrigadísimo y un gorro de lana: ¿Quién me mandó a ignorar el pronóstico del tiempo? Bienvenidos al clima digno de pileta, ojotas y tereré, mientras en mi bolso asomaban bufandas y  por poco no había orejeras. Tuve que arreglármelas: anduve durante la semana con remeras que había llevado de casualidad. Dos eran de piyama, no quedaba otra.

La humedad del clima, el olor a esa tierra colorada que se adhiere a la ropa, la vegetación en desarrollo, calor, sol, lluvia y así, infinitamente.

Conocí Wanda, el lugar donde nací. Volví a mis raíces, me sentí completa.

Fui testigo de ese lado que muchos ignoran: chicos exigidos a trabajar, sin poder disfrutar de su niñez, sin tener derechos sólo obligaciones. El mundo que no queremos ver está apenas a unos pasos, mientras nos preocupamos por cosas tan insignificantes que al rato pasan a ser completamente inexistentes.

Sus caritas de ilusión forman una imagen guardada con tinta indeleble. Si hay algo que tienen bien presente es la valoración de las cosas. Encuentran la felicidad en pequeñas cuotas, en lo simple y en lo sencillo. En tener como despertador un sol enorme y en sonreír aún en los momentos más difíciles caminando descalzos en libertad.

Quien fuera como ellos.


viernes, 20 de julio de 2012

En un lugar al norte se esconde mi verdad



Esto de las vacaciones y los viajes me puede totalmente. Emigrar para alejarme un poco, para tomar distancia de la carrera que me somete a diario la rutina. La rutina del no parar, la rutina de la ciudad grande venida a más. A más grande, a más ruido, a más gente que vive compenetrada en sus cosas.

Me inclino a pensar siempre que los viajes llegan en el momento justo. En el mejor y en el peor momento.  En el mejor porque es el instante necesario para despejar esa cabeza que corre a mil por hora. En el peor porque nos vemos agobiados hasta el cerebelo y la necesidad innata de cambiar de aires nos surge casi como obligación.

Se extraña, siempre se extraña. Y más cuando venimos acostumbrados al hábito, al mismo ambiente, a las mismas paredes que parece que nos secuestran. El airecito nostálgico nos da la mano pero le sonreímos porque sabemos que esto es temporal. Así me voy traslando, con picardías de proyectos y la tarjeta de memoria de una cámara que me guiña el ojo.

Viajo a un lugar desconocido que me vió nacer y ahora vengo a retribuírle los servicios prestados. Mi tierra natal, mi tierra colorada, Misiones. Quiero sentir bajo mis pies que tanto camino siempre tuvo un por qué y que a pesar de los kilómetros la lejanía me mantiene cerca.

 Esa emoción por percibir, esa inquietante curiosidad bien mía me tiene de sonrisa en sonrisa. Miro fotos y aún no puedo creer. Ese puntito entre la multitud con pelos salvajes y cachetes gigantes era yo. Veinte años después, vuelvo. ¿Cómo se sentirá?


martes, 10 de julio de 2012

No saber qué inventar para llenar las horas


Cuando era chiquita, me acostaba y me tapaba hasta las orejas esperando a mi papá que no iba a dormirse sin antes darme el beso de las buenas noches. Ni siquiera tenía que hacer demasiado esfuerzo por no dormirme porque inconscientemente tenía incorporada la espera de ese saludo. Era (y sigue siendo, aunque lejos) como una bendición. La bendición de las buenas noches, el beso tierno que lleva escondido la artillería pesada para dormir a Antonella.

Y recibía el beso, con regalos siempre. Caricias, abrazos, palabras. Sólo después de eso me dormía. Me dormía, o al menos hacía el intento. Esperaba. ¿Qué era lo que esperaba? Siendo chica, esperaba que llegara el sueño personificado, haciéndome bostezar, cerrándome los ojos y dando por finalizado mi día. Esperaba dormir. ¡Hasta para eso había que esperar! Aprendí y tomé nota: Punto Nº1, acá se espera para todo. Impacientes abstenerse.

Había noches en que simplemente ese sueño inventado por mí no llegaba jamás. Era una espera interminable. Me concentraba y hasta me convencía de que pronto iba a estar descansando, de que ese insomnio estaba en su tramo final. Cuanto más lo pensaba, menos resultado me daba. O el colchón se volvía de piedra, o la almohada pasaba a ser incómoda. Hacía frío y me buscaba más frazadas. Hacía calor y sacaba una de mis piernas afuera de la cama. Giraba unas docenas de veces, lado izquierdo, lado derecho, boca arriba, boca abajo. No hay salida.

Mi cabeza volaba y mi imaginación no tenía fin. Esperaba y el sólo hecho de pensar y ser consciente de que estaba esperando, no me traía ninguna solución. Al contrario, empeoraba y alargaba mi vigilia eterna.

Ese desvelo que parece no tener fin es el mismo de hoy. Esperando, siempre esperando. La vida misma es esa espera incierta. Lo malo es que no depende de nosotros. Que pese a conocerla, ella es la que decide cuándo irse, cuándo aparecer, cuándo volver. Lleva como acompañante al tiempo, su mejor aliado.

Vamos bien despiertos sabiendo que nos falta algo y que el único reparo es la espera. Una enemiga constante para la impaciencia que nos oprime. Cronometremos relojes, la espera no viene apurada.

Y mientras tanto, espero. Espero ese no-sé-qué- sin nombre que ciertamente no va a devolverme las horas en vela, sino que va a sacarme el sueño una vez más.

"(...) cada vez más resuelto a prolongar la espera,
y a esperar,
y esperar,
y seguir esperando
con tal de no acercarme
a la aridez inerte,
a la desesperanza
de no esperar ya nada;
de no poder, siquiera,
continuar esperando."
 


 [Espera, Oliverio Girondo]



sábado, 7 de julio de 2012

Ese lunar que tienes, cielito lindo...


Lunares. Soy adicta a los lunares. Siempre llamaron mi atención. Marcas en la piel, cicatrices, manchas.. ¿Cómo llamarlos? Rastros de vida, les diría yo. Porque al fin y al cabo, ¿quién no tiene uno? Unos cuantos.

Los miro de lejos, algunos escondidos, otros bien evidentes. Al alcance de la mano. Una marca, una imperfección perfecta que me encanta. Formo dibujos cuando se agrupan, olvido su paradero y vuelvo a descubrirlo pronto.

En cada una de las personas que conocí, encontré uno distinto. En el cuello para llenarlos de besos, en la espalda para acariciarlos, en la panza para acompañarlos de cosquillas, en  el brazo para enumerarlos y contarlos hasta el cansancio. Siempre hay alguno que quiere hacerse notar y se instala en el rostro. En las mejillas, cerca de los labios, de los ojos...

Como todos: algunos solitarios e instalados en un radio de 20cm a la redonda sin rastro de compañía, otros amontonados y pegoteados para sentirse comprendidos, para hallarse en sociedad.

Me olvido de recuerdos, de nombres, de palabras, de cosas entredichas, de miradas que a veces no perduran. Me olvido de los días, de los meses, de las fechas. De los tiempos que pasaron y no vuelven jamás. Del calendario que aún sigue colgado y no me hace reaccionar.

Julio. Mes Siete. Olvidos y desmemorias oportunas. Me olvido. De los lunares que conocí, jamás.


miércoles, 4 de julio de 2012

El buen día que más quiero

El sol de la mañana vuelve a conquistar mi ventana. A través de los pliegues de la cortina, de la luz que me asalta de imprevisto, del calor escondido entre los huecos de mis frazadas y el perfume que siempre pongo en la almohada.

Abro los ojos encubiertos intentando simular que estoy dormida. Me estiro y vuelvo a mi posición inicial. Sigo en estado de reposo. La calidez de un nuevo día me atrapa pero no encuentro las fuerzas suficientes para soportar la dificultad que conlleva poner un pie fuera de la cama.

Fiaca. El colchón se volvió más cómodo de lo pensado.

De repente y con apuro, un batallón de huesos pequeños, frágiles y recubiertos de un ligero envase gris se sobresalta en una lucha que me ataca sorpresivamente. Me busca, me persigue, me olfatea.

La guerra está declarada y la bestia persigue su objetivo con mucha tenacidad. Nada de vueltas: Bernardo vino a despertarme.

Sus orejas se infiltran entre las sábanas, sus patas desesperadas por lograr arrebatarme un poco de frazada me enfrentan sin miedo. Me hago la dormida. Insiste y me llora. Me llena de besos, de saltitos indomables, de ternura y fidelidad que encuentro en ese par de ojos grises.

Durante la semana lo extraño tanto que necesito pensarme con él para contrarrestar su ausencia. Le regalo sobrenombres ridículos, queriéndolo cada vez más. Me persigue hasta el cansancio y aún en el cansancio, continúa su búsqueda eterna.

Nos miramos como si entre nosotros no hiciera falta el lenguaje de las palabras. ¿Cómo no voy a querer un compañero así?



lunes, 25 de junio de 2012

Si fuera más fácil maquillar este invierno



Lunes y una vuelta de la facultad calificada como tempranera. Generalmente termino de tarde-noche pero siendo una excepción terminé temprano de patitas en la parada del colectivo, esperando volver a casa y haciéndome la idea de una tarde productiva.

No tenía demasiadas opciones pero había que decidirse por al menos un par. Lo que tenía en claro era mi merienda: pasar por la panadería, comprar algo bien rico del montón de cosas de golosa facturera y acompañarlo con una chocolatada de esas que hace mi abuela. Una bomba al estómago digna de una tarde solitaria entre mi alma y yo.

El colectivo que tenía que llegar nunca llegó. Creo que si digo media hora me quedo corta. Esperé, esperé hasta que se me fue la paciencia y el reproductor de música se quedó sin batería. Me tomé otro. Cualquiera. Por el centro iba a bajar seguro.

Una vez instalada y sentadita en el asiento saboreaba mi merienda. Música, un libro para acompañar el silencio, algún que otro apunte que tendría que leer pero que no iba a arruinarme la tarde... o quizás alguna peli. Mirar One Day por décimoquinta vez y repetir los diálogos como loquita que soy era una buena opción.

La película The Kid interpretada por Chaplin y recomendada por mi mejor amigo que la describió con un "es muda, en blanco y negro y está muy buena", no me tentaba demasiado. (Lucas prometo mirarla. Otro día.)

Mientras mis ideas se enfrentaban mano a mano para ver cuál era la merecedora de la victoria, llegué a destino después de una odisea que siempre me anda pisando los talones.

Para sanar la bronca, merendé lo que había imaginado. Busqué mil pretextos para no sentirme tan sola pero no sé por qué cuando la compañía es individual, el tiempo pasa más lento. Uno se llena de actividades, de quehaceres productivos para que la tardecita se despeje y nos acompañe en esta quietud movilizante, y nada.

El tiempo no es el mismo. Los minutos parecen detenerse. Mi silencio choca contra el ruido, el amontonamiento de autos, de gente, de gritos y bocinas. Otro mundo afuera.

Yo acá. Sentadita. Escribiendo. Volando. Y escuchando música.


jueves, 31 de mayo de 2012

Ojos que no ven... corazón que siente más fuerte


306km nos separan sin contar una seguidilla de semáforos, calles, cortadas, avenidas, transeúntes apurados sin tiempo, con relojes, con rutinas... Después de esto, si hay algo que tengo claro es que no lo tengo tan cerca como quisiera ni mucho menos.

Lo conocí allá por el año 2003 (qué raro se siente decir "allá por el año...", me siento una jubilada), íbamos al mismo colegio, el Bernasconi. Todavía tengo en la cabeza nuestras imágenes de pre-adolescentes hablando como si fuéramos conocidos de toda la vida. Con él tuve confianza desde el principio.

Yo era un Cacho futbolero que no hacía otra cosa que hablar de Boca. Él era fanático. De entrada nomás ya teníamos un tema que no era menor para tener una excusa y charlar juntos.

Creo que en los únicos momentos que sentía vergüenza estando él presente era en las horas de Natación. Tenía que usar esa gorra que te marcaba el cerebelo de una forma terrorífica; díganme a quién se le ocurrió semejante martirio, por dios. Nunca se lo dije. Nunca le dije que me daba vergüenza tener una pinta que no era la mejor mientras estaba conmigo. No sé por qué.

Pasó el tiempo. Yo me vine a Rosario hace siete años, pero eso no fue impedimento: si hay algo que no cambió es mi relación con él. O quizás sí, pero cambió en confianza, en espontaneidad, en amistad y en amor. Jamás pensé que nos mantendríamos unidos como hasta el día de hoy.

Nos contamos lo que nos pasa como si nos hubiéramos visto ayer. Nos colgamos, pasan unos días, no hablamos y cuando retomamos nuestras vidas para ponernos al tanto, seguimos teniendo esas conversaciones de confianza mutua que me dan ganas de vivirlas estando juntos en la misma ciudad.

Somos opuestos pero totalmente compatibles. Se hace el duro, el hombre insensible. Lo molesto, le saco la paciencia con mis palabritas cursis. Me hace enojar por su frialdad de heladera marca Whirlpool,  pero así y todo él sabe que lo quiero para siempre.

Lulú le digo mientras me responde con esa ironía que tiene: "Es de gay Lulú".

-Uh bueno, no te digo más nada, Lucas.

jueves, 17 de mayo de 2012

Invadiendo terreno



La guerra civil entre amigas se declara por celos. Por celos que alejan a la damnificada en cuestión por un motivo mucho más movilizante que trae aparejado distanciamientos habituales: el novio.

El tema acá es distinguir entre el chongo y el novio.

El chongo está siempre. Va, viene, un día se borra, vuelve a aparecer, lo odiás, lo querés, lo extrañás, te bancás que se lo trague la tierra, lo volvés a ver y es el hombre de tu vida. Tus amigas hacen de él un identikit de acuerdo al sentimiento de amor y odio permanente que ronda en tu cabeza. Los fines de semana aprovechan para chusmear entre mujeres y preguntarte por qué capítulo vas  de la novelita de tres tomos que te estás armando con tu macho. Para vos Hugh Jackman es un poroto.

Incluso se sabe de la existencia de una diversidad de chongos. Está el de la facu, el vecino, el hermano de tu amiga, el que atiende en los chinos, el amor imposible amigo de un ex chongo, en fin... Hay para todos los gustos. Entiéndase en este punto, que una mujer jamás está exenta de chongos. Como así tampoco de ojos. El "Se mira y no se toca", es probable, pero mirar, se mira siempre. La simulación barata de que 'estando con...' no mirás a nadie más, no te la creo. Esto no es ficción.

Ahora bien, cuando el chongo de una amiga pasa a un nivel superior, hay sólo una opción posible: O te cae o te cae. El ex-chongo pasa a ser 'novio'. Título difícil de mantener, tolerar y sobrellevar por ambas partes. La cosa se complejiza elevando la potencia a 20.

Las amigas de la novia somos complicadas. Si ya es difícil ser chongo, no quiero imaginarme lo que es tener el rótulo de formalidad. Los celos saltan a la luz. Primero todo muy bonito, incluso uno incentiva la consumación.

Te tragás al fulano con aguarrás, le mandás sonrisita de simpática para generar una confianza mutua. Nada. Cuando no va, no va. Al final, escupís para arriba y sin correrte del recorrido terminás con un salivazo en el medio de la frente. Novios densos, insufribles, pesados. Fanáticos invasores de la intimidad amiguísticamente-femenina. Flaco, acá no te metás.

Que la "Noche de chicas" se mantenga en silencio y en secreto sustancial porque probablemente (y con victoria) haga hasta lo imposible por terminar el circo y llevársela de contrabando. 

Si hay novios amigos de las amigas de la novia, bienvenidos sean. Ahí es cuando pienso en mi ex. Imposible olvidar el sosiego, la mirada paciente, las marcas imborrables... aquellos que hacen el esfuerzo porque todo sea diferente...

lunes, 14 de mayo de 2012

Amor propio y corazón coraza


-Ay... ¡Vos y tu amor propio!...- me repite una amiga para resumir el carácter orgulloso que me define.


Y es que, haciendo un análisis introspectivo, ese aire de orgullocita es el que me brota como mecanismo de defensa frente a determinadas situaciones.

Pero no hablo de un orgullo narcisista y egocéntrico; de hecho por mucho tiempo tuve que combatir contra mis propios fantasmas que llenaban de inseguridades mis días. Me refiero a un orgullo de estimación, de consideración. De "Amor propio", dejando de lado la soberbia y la suficiencia.

Quererme por quién soy, por cómo soy, por quién quiero llegar a ser. Aceptando mis momentos grises que anuncian mal clima y nubosidad en aumento, pero que siempre intentan despejarse. Y aspirando también a que me acepten así.

El orgullo demostrativo se coló entre mis cosas. Una simple sentimental. Nunca voy a dejar de hacerte saber lo que siento. Llevo la expresión como bandera, el sentimiento a flor de piel pero siempre acompañado de un límite. Tanta demostración me lleva al amor propio. Te quiero. Si no es recíproco, me quedo conmigo.

Jamás fui un "corazón coraza" simplemente porque esa forma no está en mis formas. Aunque si necesito esconderme en el orgullo no lo dudo. Hacemos lo que podemos con lo que sentimos. Y es ahí donde busco consuelo.

La coraza surge de saber que el otro no es parte de nosotros. Y de que no podemos hacer nada para cambiarlo.

En palabras de Mario Benedetti:


"...porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
  corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
(...)
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no..."



miércoles, 2 de mayo de 2012

El orden contra-ataca



Hace unos años me reía de los sábados decrépitos de mi madre. Su look de señora fashion quedaba revestido por los puños doblados de una remera, un broche en el pelo y un par de zapatillas empolvadas.

 Era otra. Era otra pero por un motivo que me sacó de quicio durante toda mi infancia: Los sábados eran para limpiar. Para limpiar el zócalo de la pared, el lado izquierdo de la perilla del lavamanos y la cerradura de la puerta. En mi casa se limpiaba a pleno.

El olor a desifectante se mezclaba con el de lavandina, el piso era para patinar, volaba ropa para lavar, sábanas con perfume y el humor en el ambiente era inmediato: Había que ayudar.

Y no sólo eso. Era una mocosa con trenzas en el pelo cuando visitaba a mi abuela paterna y ya tenía bien claritas las reglas para una convivencia óptima en la casa de la Chicha. Jamás me pareció raro, es más, creo que ya lo llevaba incorporado.

El tema del aseo y la prolijidad en mi familia se siente. Escucharlo quizás suene psicótico. No, no soy un ente cuasi-adicta al orden, pero mi genética no anda con vueltas. Así fue que salí bien ordenadita. No me gusta levantarme sin hacer la cama, las pelusas acumuladas, el olor a encierro, el baño hecho un furgón de guerra ni la yerba que se cayó por un costado del tacho de basura.

Abro los ojos como dos huevos fritos y largo una risita nerviosa cuando me cuentan de hermanos menores pintando paredes en la casa o de dulce de leche pegoteado en la alacena. El momento exacto en donde la salsa de hace tres día todavía sigue decorando la cocina es el límite. Mi peor paisaje es la pila de platos amontonados con cubiertos desparramados y una olla que me mira amenazante.

No puedo con mi genio.



martes, 24 de abril de 2012

El doble de lo que te pida dale por sus favores

La espera palpitante del reencuentro. Los mensajes resumidos y las palabras que se quedan chicas, bien chicas. La sonrisa a lo *felizcumpleaños* que me saca cuando la tengo cerca, cuando la siento conmigo aunque no esté presente.

De las muchas cosas que no cambiaría en mi vida, sin duda una de ellas sería el abrazo de mi mamá. Ese abrazo cálido, sincero, que está lleno de meriendas con mate, de miradas cómplices que solo nosotras entendemos y de su aroma a cremas y maquillajes.

Fanática de las cosas en su lugar, limpia, ordenada. ¡A Dios gracias por haber heredado sus manías! Viciada de los sahumerios, de los hornitos con esencia de vainilla, de la prolijidad... Tengo una madre a todo terreno.

Y escucho esa risita de nervios y timidez que suelta aunque estemos las dos solas. Ahí es cuando me doy cuenta de que el tiempo que paso con ella es pura calidez. La cantidad no importa. ¿Nos bajamos uno, dos, tres termos de mate? ¿Alguna taza de té? ¿Café con leche? Infusiones que están demás: Acá lo importante es el contacto directo, la charla, la palabra, las carcajadas madre-hija... Sé que es un tiempo inagotable.

Mujer sencilla, a veces un poco solitaria, madre coqueta y bella. Bonita de espíritu, terca y cabeza dura, aunque perseverante hasta la médula. Se ríe y me contagia. Me abraza. Y me mira. Me pregunta cuándo voy a volver. "Mirá que yo te extraño, chinita..."

Será por eso que la amo para siempre...

Gracias, Má