sábado, 24 de diciembre de 2011

Navidad


Me costó acomodarme hasta lograr una posición adecuada para escribir y que me surja la inspiración del más allá gracias al platanero de 10mil metros que todavía sigue instalado en mi ventana y no me regala más que un completo combo de hojas y estornudos.

La cuestión es que me instalo y mientras pienso sobre qué puedo escribir, le hecho una ojeada a mi bolso recargado hace unos minutos que va a acompañarme con  destino a Santa Fe para pasar la Navidad en familia.

Y creo que esta escena resume mi año. Aunque personalmente no soy partidaria de los resúmenes anuales con toques de nostalgia, me es inevitable. Inevitable porque soy así, mi personalidad de melancólica que busca reírse de lo propio tiene casi como un deber, como una necesidad retroceder en el tiempo.

El bolso lleno de cosas muy mías yendo y viniendo, los abrazos de papá, la comida de mamá que no está, las paces con mi hermana, la siesta con mis perros.... la firme idea de seguir adelante aunque estemos lejos de todo y de todos, la solitaria presencia del silencio del departamento.

Este año me hicieron falta muchas cosas pero conseguí tomar de la mano a personas que me hicieron el camino más confortable y me llenaron de luz. Creo en la Navidad como encuentro, como espacio de madurez para valorar lo que tenemos y lo que nos hace falta pero que siempre nos enseña a crecer.

Brindo para contagiar el optimismo y las ganas de seguir adelante.
Felicidades! 


sábado, 10 de diciembre de 2011

Enfrente, a las veinte


¿Sufre más aquél que espera siempre
 que aquél que nunca esperó a nadie?
Pablo Neruda


La gente es chusma, mete sus narices donde no tiene que hacerlo y se interesa en aquellos temas o circunstancias donde nadie lo ha invitado. Y si la gente es chusma, en la gente de pueblo, esta característica aumenta considerablemente al máximo. 

Como no podía dejar pasar mi nivel de fisgona, a partir de las 20 horas espiaba por entre las hendijas de la ventana de mi cocina, y me ponía a observar a un pobre hombre con cara de bueno y un temperamento un tanto nostálgico que siempre tenía una rutina constante, lloviera, nevara o se viniera el mismísimo fin del mundo. 

Llegaba con su caminar lento y distraído, se peinaba, se acomodaba el sweater color chocolate que según el día iba variando, colocaba una de sus manos en el bolsillo, mientras que la otra sostenía un considerable ramo de flores, que solían ser Lirios o Jazmines.
Se lo veía inquieto e impaciente, miraba su reloj mientras combinaba aquél movimiento con miradas que iban de lado a lado.
Se quitaba sus lentes, los limpiaba con un pañuelo que delicadamente retiraba del bolsillo de su campera. Volvía a mirar la hora y poco a poco, se iban notando en su rostro, indicios de desilusión y de tristeza que hacían que mi propio corazón se estremeciera por completo. ¿Qué era lo que estaba esperando? O mejor dicho, ¿a quién esperaba?

No se daba por vencido. En algunas oportunidades lo escuchaba cantar en voz baja y hasta silbar suavemente mientras mantenía firme su esperanza. Al transcurrir el tiempo, cansado de tanto esperar, tomaba las flores semi-marchitas debido al constante movimiento que salía de sus manos ante los nervios y las ansias de esperar algo que no llegaba jamás, y corroborando que se podía marchar, cruzaba la callecita y a lentos pasos, se retiraba de la plaza que daba justito enfrente a la cocina de mi casa.

En el pueblo le tomaban el pelo, lo trataban de loco, y hasta se arriesgaban a teorizar que el pobre hombre necesitaba turno urgente en algún centro psiquiátrico.  

Más allá de las opiniones del resto, yo estaba convencida de que tarde o temprano iba a conseguir saber qué era lo que esperaba. Increíblemente, sentía una fuerza que me llevaba a encontrar la respuesta a mi interrogante lo antes posible. No podía dejar de pensar en la situación, porque  no tenía dudas de que aquél hombre que siempre había visto hacer la misma rutina diaria, tenía  algo que me fascinaba por completo. 

Cuando fue la hora exacta, crucé a la plaza y esperé sentada en uno de los bancos la llegada del “viejito de las flores”.
Estaba ansiosa, debo reconocerlo. Nunca había tomado la valentía hasta ese momento de hacer algo así. Esperé y esperé, pero nadie apareció. El tiempo pasó y con él se iban yendo las ilusiones de creer que pronto encontraría la verdad.
Hasta que cansada de tanto esperar me levanté y en el momento justo en que me estaba dirigiendo a cruzar la calle e instalarme en mi cocina, escuché una voz que me susurraba: 

-¡Al fin llegaste, amor mío! No imaginás hace cuanto que estoy esperándote…-





domingo, 4 de diciembre de 2011

Carpe diem



"No leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana... y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho, el comercio y la ingeniería, son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida, pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor... son las cosas que nos mantienen vivos..."


La sociedad de los poetas muertos